viernes, 23 de octubre de 2009

Hermanos de San Bernardo


Crecieron juntos en el Barrio de San Bernardo. La calle Gallinato fue fiel testigo de sus andanzas de niños y adolescentes. Compartieron pupitre primero en el Colegio San Diego y ya en su última etapa en el Colegio San Isidoro (vulgo Mesón del Moro). Pasaban cada día por el túnel que desde San Bernardo los conducía a la Estación de Cádiz. Desde allí cruzaban los Jardines de Murillo y acariciaban amorosamente el caballo de cartón del fotográfo del baby blanco. Luego entre carreras, risas y lanzamientos de dátiles se plantaban en la Placita de Santa Cruz. Llegado a ese punto ya se enfundaban el traje de la responsabilidad.

Muy cerca les esperaba Don Carlos Alonso, acompañado de su cohorte de espléndidos Maestros/as (todavía estaba lejos en el tiempo los Profesores de EGB, ESO Y LOGSE. ¡Tantos nombres para enmascararar el fracaso educativo!) para mostrarles que sin sacrificio y disciplina poco futuro tendrían. ¡Triste Ciudad esta que olvida a hombres como Don Carlos que tanto hicieron por varias generaciones de sevillanos¡.


Al cumplir los doce años tomaron conjuntamente una decisión que les marcaría de por vida. Se hicieron Hermanos de la Hermandad de San Bernardo.


Sus dieciséis años fueron una frontera que les marcó caminos personales diferentes. Uno ingresó en la Universidad Laboral y el otro, debido a una cruel enfermedad de su padre, tuvo que ponerse a trabajar en un Bar de la Puerta de la Carne. Al poco tiempo y debido a la diáspora que sufrió el Barrio de los Toreros tuvieron que abandonar - como tantos - las calles de sus primeros años.

Sus caminos ya fueron cada día mas divergentes. Uno, terminó la carrera de Perito Industrial y al terminar la “mili” se fue a Bélgica en busca de mejores horizontes. El otro se casó muy joven –de penalti- y a los pocos años se quedó sin hojas en el Libro de Familia. Cambiaba de bar como de camisa, siempre buscando donde ganar algo más para alimentar a la prole. Cualquier ocasión llamese Feria, Rocío, Bautizos, Bodas….. era buena para aliviar una carga familiar compuesta de cuatro niños, una hermana soltera, su mujer y una suegra capaz de comerse un coco sin pelarlo.



A su amigo las cosas le fueron de muy distinta forma. Trabajaba en Francia como Director de Recursos Humanos en una multinacional del Ramo de la Alimentación. Su consideración social y su estatus económico eran bastantes considerables. Se casó ya durito de años con una francesa que era de una belleza deslumbrante. No pudieron tener hijos y estaban en trámites de adoptar uno.

Sólo en dos ocasiones se vieron de nuevo. En el entierro de la madre del “francés” y cuando falleció un hermano del que ejercía de camarero. El más pudiente le llamaba todos los primeros miercoles de cada mes y le preguntaba permanentemente que si necesitaba algo no dudara en pedírselo. Lo que le hiciera falta. Este con su orgullo como bandera siempre le comentaba que las cosas le marchaban de perlas, que ya era hasta propietario de un bar, ¡que mas hubiera querido él¡.

Así transcurrieron los años. Solo colgaba el mandil el Miercoles Santo para vestir su túnica de San Bernardo. Eso era sagrado para él y ademas tenía la sensación de que salía por los dos.

Un día, un caluroso domingo de Septiembre, llamaron a su puerta. Eran las doce de la mañana. Abrió con su pantalon de pijama celeste y su camiseta de tirantas mas blanca que el jazmín. Allí estaba frente a él una mujer de una belleza turbadora. Vestía con una elegancia exquisita y en su porte había todo el glamour del que hacían gala las francesas. Era Ella. La mujer de José Manuel. Traía de la mano un niño de unos trece años más rubio que la cerveza. Se dió a conocer y Paco le rogó que entrase. Grande fue el sofoco que se formó dentro del piso donde todos trataban de ordenar chismes y utensilios repartidos por doquier. La mujer de Paco utilizó la ancestral frase de:….” perdone como está todo pero es que no esperabamos visita”.

La francesa sonrió y les dijo que no pasaba nada. Traía malas noticias. José Manuel había fallecido de un galopante cancer de colon hacía un mes. No quiso comentarlo fuera de su entorno más íntimo por no preocupar a nadie.

Traía un encargo para Paco. Un ruego que José Manuel le hizo a su mujer poco antes de morir. Quería que su hijo que no estaba bautizado lo hiciera en San Bernardo. El mismo día del bautizo que lo hicieran Hermano. Que se pararan todos un momento ante Cristo de la Salud y la Virgen del Refugio y rezaran por su alma que nunca se fue de allí.

Paco se rascó los ojos a punto de sacarlos de sus órbitas, y mientras una gruesa lágrima le resbalaba por la cara, abrazó al niño con fuerza y le dijo:……” eso está hecho cojo…., eso está hecho”.

Eran para los restos de los días: Hermanos de San Bernardo.

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