Andrés se rascaba parsimoniosamente la coronilla mientras que, a través de la ventanilla del autocar del Imserso, veía pasar una multiforme hilera de olivos. Desde que era niño el viajar siempre le producía una cierta sensación agridulce. Era una mezcla de melancolía y gozo difíciles de explicar. La simple idea de morirse fuera de Sevilla le obsesionaba al paso de los años. Pasaban por su memoria -entremezclados en el tiempo- episodios ya vividos. Todas las etapas de su vida formaban un calidoscopio que le hacían acometer los viajes como un proceso de meditación sobre su existencia.
Había enviudado a los 73 años después de una extensa vida en común con su amada esposa Carmen. Fueron años difíciles llenos de fatigas, sinsabores y alegrías. Convivieron 50 años donde ni un solo día el almanaque de su cariño pasó una hoja en blanco. Tuvieron cuatro hijos; tres varones y una hembra, cuyas raíces hicieron crecer con las lágrimas del sufrimiento, el sudor del trabajo y el gozo de amar y sentirse amado. Felices estaban de la mágnifica cosecha que habían sembrado en su hogar.
Ahora, mientras sonaba el monótono runruneo de la calefacción del autocar, pensaba que sin Carmen ya nada sería lo mismo. Cerró su casa al sol y a las esperanzas y empezó un largo peregrinar por los hogares de sus hijos. Todos se desvivían en atenderle pero su risa forzada apenas podía disimular un estado general de tristeza. Sus nietos le animaban a que saliera con asiduidad. Que intentara distraerse y aprovechase que su estado físico en general era todavía bastante bueno. Todo era inútil. Se refugiaba durante largas horas en la lectura -la gran pasión de su vida- y tan solo salía esporádicamente a visitar alguna exposición de pintura o a la proyección de alguna película, otra de sus grandes aficiones.
Por eso no lograba todavía comprender como su amigo Ramiro había logrado convencerle para que se apuntase a esta excursión del Imserso a Málaga. Toda una semana en la Costa del Sol. ¡Precisamente allí, donde pasó sus momentos más felices con Carmen¡
Conforme el autocar se adentraba en tierras malagueñas no pudo evitar sentir un escalofrío que le recorría el espinazo. Tan solo con pensar que estaba a pocos mínutos del mar –la mar que diría Alberti- se le formó un nudo en la garganta.
Cuando se encontraba meditando si no habría sido un error el venir donde le aguardaban tantísimos recuerdos, notó sobre su hombro la mano amiga de Ramiro, quien con su habitual lenguaje le decía:…..”Espabila coj…. que ya hemos llegao”.
Se instalaron en un bello hotel muy cercano al mar. Dado que era época invernal se encontraba ocupado casi en su totalidad por extranjeros y personas de la llamada Tercera Edad. Aquellos a los que Ramiro gustaba denominar: “maduritas interesantes que le ponen a los maduritos la tensión alta”. Ocuparon la misma habitación y se esmeraron en colocar parsimoniosamente sus ropas en un ropero empotrado del cual pendían numerosas perchas. Fue entonces la primera vez que Andrés rió de buena gana desde su salida de Sevilla ante la ocurrencia de Ramiro que dijo :…”joé, cabemos a diez perchas por camisa”.
A la mañana siguiente, cuando Ramiro despertó, notó sobresaltado que Andrés ya no estaba en su cama. La ropa estaba perfectamente estirada y daba la sensación de que nadie hubiera dormida en ella aquella noche. Recordó que al final de la cena Andrés le dijo que se retiraba a descansar, pues había sido un día intenso de kilómetros y emociones. Fueron inútiles los intentos de Ramiro para que se quedase a tomar una copa. No había forma humana ni divina de tratar de convencerle de que se divirtiera y que hiciera volar los pajarillos negros de su cabeza.
- Diviertete tú y estate tranquilo que yo estoy bien……, le dijo a su amigo mientras se encaminaba con paso rápido y firme hacia su habitación.
Ramiro era viudo al igual que Andrés pero tenía una filosofía bien distinta de la vida. Decía que había que vivir por los que ya no podían hacerlo. Tanto empeño puso en sus “vivencias” que en la Asociasión de Pensionistas de la Gran Plaza le pusieron “el Ave”. Ya que prometía a sus conquistas: velocidad, seguridad, confort y rapidez en sus relaciones. Caso de no “cumplir con lo prometido” devolvía en el acto el billete de amor y pasión que había recibido de ellas.
Había subido a la habitación del hotel bastante tarde y con algunas copas de más. Se acostó sin encender la lúz para no molestar a Andrés y ni se percató si este estaba en su cama. Se vistió con rapidez pues su ausencia le tenía ciertamente preocupado. Bajo apresuradamente por las escaleras al vestíbulo sin esperar siquiera al ascensor. Una vez allí preguntó al recepcionista si había visto a su amigo.
- Sí, salió muy temprano y le ví dirigirse a la playa…….le contestó este.
Apretó el paso y salió del hotel como una bala mientras jadeante murmuraba entre dientes:…..” Joé, a ver si este capullo me la juega”. Cuando por fin divisó el mar se tranquilizó. Allí en la orilla estaba Andrés. Tenía los brazos caidos sobre el cuerpo y sostenía en su mano derecha un mantoncillo blanco cuyos flecos rozaban la arena humeda. Su mirada melancólica se perdía en el horizonte.
- Andrés cojo… donde te metes, que me has dao un susto de muerte…. le dijo Ramiro acercándose.
Al llegar a su altura observó que tenía los ojos humedecidos y una extraña sonrisa de felicidad iluminaba su rostro.
- La he visto Ramiro, ha estado aquí conmigo… dijo Andrés.
- Venga hombre tranquilizate que vas a perder la cabeza…. contestó Ramiro.
Andrés hizo una breve pausa victima de la emoción y prosiguió:
- Mira sus pisadas en la arena, se acaba de volver al mar.
Ramiro bajó lentamentte la mirada y efectivamente ante su sorpresa observó una hilera de recientes pisadas. Nacían donde Andrés y terminaban justo en la orilla. Eran de un pie menudo y descalzo. Indudablemente de una mujer. Tragó saliva e intentando reponerse cambió de tercio y le dijo tartamudeando preso de los nervios :
- Bueno, yyy que tetete ha dicho.
- Poco y mucho querido amigo. Que nuestro amor ha sobrepasado la barrera del tiempo. Que solo muere lo que ya vivió muerto. Que si quiero verla con frecuencia lo tengo muy fácil. Que la busque en la risa de su nieto Luis o en los ojos de su nieta Laura….
- ¿Y ese mantoncillo te lo ha dado ella?...... preguntó Ramiro.
- Si, lo llevaba puesto cuando la conocí en la Fería de Mairena. Pues así quiere que la recuerde: jóven, hermosa y con su risa de cascabel que contagiaba con solo oirla…… le contestó Andrés.
Ramiro le agarró cariñosamente por el brazo y haciéndole girar se encaminaron de vuelta al hotel. Andaban parsimoniosos sin notar siquiera el frío de la mañana. “El Ave”, mientras observaba con ternura a su amigo Andrés, se rascó ostensiblemente la cabeza mientras exclamaba:
- Co.., pues si que estamos distraidos los de la Tercera Edad.
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