miércoles, 3 de febrero de 2010

La Saeta o la Oración hecha Cante.



(A la memoria de mi tio Víctor Franco Fernández)

En una conversación informal con mi compañero y sin embargo amigo Salva Gavira, me plantea que pienso y opino del actual momento que vive la Saeta. Me comprometo a plantearle algunas reflexiones en un próximo “Toma de Horas” y en ello estamos. Quedan todavía –afortunadamente- algunos dulces y gloriosos días para el Domingo de Ramos pero me apetecía hablar de la Saeta. Acabamos de comenzar lo que antaño se conocía por “febrerillo el loco”.

Como primera aclaración debemos puntualizar que la Saeta no es un estilo del Cante Flamenco en si misma. La Saeta más flamenca nace del Cante por Siguiriya o por Martinete, existiendo otra más lírica y menos “jonda” en su capacidad expresiva.

Con estas tres modalidades ya podemos encuadrar musicalmente lo que entendemos por Saeta. A saber: por Siguiriya (Manolo Caracol); por Martinete (Antonio Mairena) y la de mayor lirismo (Niña de la Alfalfa).

La Saeta y el Cante Flamenco en general se nutren de las grandes aportaciones de sus interpretes. Ahí radica la grandeza del Flamenco: en sus artistas y en los núcleos donde se dan las condiciones para la simbiosis Artista / Pueblo.

Podemos situar la Edad de Oro de la Saeta en un periodo que comprende los años veinte y treinta del pasado siglo, siendo su epicentro fundamental la Ciudad de Sevilla, la Tierra de María Santísima.


Por las calles y plazuelas sevillanas sonaron los ecos legendarios de: Pastora “La Niña de los Peines”; de su hermano Tomás; o de Vallejo, Manuel Torre, Caracol, El Gloria, Centeno, la Pompi, la Niña de la Alfalfa, el Pinto, Antonio Mairena…..


¿Quien se atrevería a decir que con este elenco cantando al Hijo de Dios y a su Bendita Madre por los balcones de la Vieja Híspalis no estábamos en la cima de la Saeta¿. Aclaremos que estos cantaores/as eran grandes artistas del Flamenco y por ende grandes saeteros.


Cantaban fundamentalmente por devoción y por la gran atracción que causaban en el pueblo sevillano. Bastaba un eco lejano para que los sevillanos/as supieran a ciencia cierta quien estaba cantando. Hoy ya ni se conocen a las imágenes de los pasos. Triste consecuencia como resultado de considerar -algunos políticos- arcaicas y obsoletas nuestras tradiciones mas seculares y arraigadas.


A partir de finales de los años sesenta se producen dos elementos sociológicos que a la postre devaluarían el mágico y popular mundo de las saetas.

A saber: una penetrante y sutil invasión anglosajona que lentamente aparta al pueblo de sus raíces más originales (no es para nada incompatible extasiarse con Los Beatles y “romperse la camisa” escuchando a Caracol). También la aparición del “saetero profesional”, que ya se nos aparece como un artista sin implicaciones con el Cante Flamenco. Es, dicho sin animo peyorativo, un “Cantaor de Cuaresma”.

Con la retirada del Maestro Manolo Mairena el panorama saetero actual se nos presenta cuando menos preocupante. Nos queda José de la Tomasa y algunos más que debemos cuidar como oro en paño. Lamentablemente hemos escuchado en las últimas semanas santas algunas saetas que eran un auténtico suplicio para oidos sensibles y refinados. No es justo que quien canta por penitencia la haga extensible a los que escuchamos tales desatinos sonoros. Lo que nunca va a faltar en la fuente del Flamenco es el agua fresca de la Saeta. Pues donde exista un buen cantaor/a hay un/a potencial gran saetero/a.

Encomiable el trabajo desarrollado todos estos años por Pepe Medina al frente de la Escuela de Saetas de la Hermandad de la Cena, como asimismo la Escuela de Saetas de Marchena, pero evidentemente siendo importante el estudio y conservación antropológica de esta música, no lo es menos que mientras que el pueblo no la reclame como maná del Cielo semanasantero, la Saeta sera anecdótica en nuestra Semana Mayor.

No vendamos pesimismo pero es tarea de todos el recuperar ahora esta tradición cantaora tan apegada a nuestra memoria sentimental sevillana. Para que las generaciones que nos precedan sigan embelesadas con esta forma que tenemos los andaluces de rezar cantando. Doy fe y testimonio que existe gente joven en el Mundo del Flamenco con grandes aptitudes para la Saeta. Pero mi duda está en si existe en la calle el fervor y el respeto que mostraron nuestros ancestros ante una Saeta bien cantada. Los tiempos cambian a un ritmo vertiginoso y los gustos están inducidos por “mamá televisión”. Esperemos que en el futuro la Saeta sea algo más que promesas castigo de nuestros oidos, o reliquia de nuestro Museo de Arte y Costumbres Populares.

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