lunes, 12 de abril de 2010

La Ciudad de las contradicciones



La Ciudad de las contradicciones
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla sereno cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.

(Yo no soy yo) – Juan Ramón Jiménez-



Sinceramente, a pesar de los muchos años ya como pertinaz vecino de esta Ciudad de nuestros amores y desvelos, no sabría –si se me pidiera- definirla con un solo adjetivo. Posiblemente su cúmulo de defectos y virtudes sean extensivos a otras ciudades andaluzas, españolas o del mundo mundial. Insisto, sinceramente no se cual ha sido –y es- su talón de Aquiles. También es bien cierto que por estos lares de sombra y luz, se dan algunas peculiaridades que la hacen distinta, y la mantienen distante ante cualquier atisbo serio de racionalizar su pasado y su presente. En pocos sitios se dan la mano de manera tan persistente la historia y la leyenda. Aquí, donde no pocas veces, el rumor maldiciente se intenta elevar a la categoría de verdad absoluta. Aquí, donde se intenta –y se intentó en el pasado- considerar a la Ciudad como patrimonio adquirido por unos pocos a través de dudosos títulos de sevillanía, sustrayendo al resto la posibilidad de sentirse también parte activa de la misma. Creo por tanto con total sinceridad, que no erramos en exceso si llegamos a la conclusión de que vivimos –en lo bueno y en lo malo- en la Ciudad de las contradicciones. Nunca una Ciudad tuvo tan acérrimos defensores y, nunca una Ciudad fue tan vilmente atacada en el epicentro de sus emociones.
Así lo determina claramente un somero repaso por su historia. Así lo establece su más que desosegado presente y su incierto futuro. Así lo atestigua su pasado con el mal trato que casi siempre recibieron sus hijos más preclaros. Aquí convivieron durante un periodo –aunque es verdad que a duras penas- las tres religiones monoteístas y, también alcanzó su apogeo la Santa Inquisición, ejerciendo su feroz represión en el Castillo de San Jorge. Carros portando condenados, confesos a través de durísimas torturas, por haber cometido el grave delito de pensar. Conducidos a la Plaza de San Francisco para celebrar multitudinarios “juicios” en busca de la “verdad” y la salvaguarda de la religión católica. ¿Tolerancia religiosa en Sevilla? La misma que de manera ignominiosa fue cubierta con la sangre de muchos inocentes ante el jolgorio de la plebe.
Ciudad donde el barroco alcanzó una de sus cotas más altas, y donde la vanguardia artística de los 70 y los 80 se manifestó de la manera más rotunda. Ahí estaba doña Juana de Aizpuru como excelsa vanguardista del galerismo más exquisito. Pero, ¿quién se acuerda de ella en la actualidad? Tierra donde germinó lo más granado de la copla y el flamenco, y donde el rock andaluz se adueñó de las mentes más inquietas de la juventud española. Doña Juana Reina y los Smash unidos por el Arco de la Macarena y el Puente de Triana. Una, madrina de calle Parras, y los otros, atados a su rítmico Garrotín electrónico por la calle Betis. La Niña de Fuego con sones caracoleros de bodega de cante y vino jerezano, y los Hijos del Agobio escuchando a Jesús de la Rosa sentados en la Plaza de Doña Elvira.
Aquí, precisamente aquí, donde un Queipo de Llano, que venía rebotado de todos los frentes ideológicos, encandila a la gente a través de las ondas, y donde un muchacho de Bellavista, asalta democráticamente el Congreso socialista de Suresnes para iniciar su camino al poder. Tierra de nazarenos penitentes agnósticos y de ateos con un fuerte componente espiritual. Siempre andamos diluyendo lo mejor que habita en nosotros –la individualidad- en armazones sociales, políticos, culturales, religiosos o deportivos. Renunciamos de manera permanente a aquel que habita en nuestro interior, y desde donde mejor podemos proyectarnos hacia los demás. Lo importante es formar parte de la tribu. Ya están el partido, nuestra hermandad o el equipo de nuestros amores para soterrar nuestra capacidad para discernir de motu propio.

Tierra, con honrosas y cortas excepciones, siempre mal gestionada políticamente. De cachorros engendrados por unos padres famosillos que les enseñaron que la Ciudad es de ellos, y pueden hacer en ella lo que les salga de los coj…. De caducos trasnochados y falsos vanguardistas. De “canis” y jóvenes comprometidos con su futuro. De “progres” y “carcas” con posturas sectarias e irreconciliables. Del mucho “miarma” y mucha “puñalá trapera”. Esta Ciudad no deja que la cortejen en grupo sino de manera individual y solitaria. Ella aborrece las “camas redondas”, y no admite más galanteo que el de aquellos que intentan penetrar en su alma por la senda de la luz y la verdad sustancial de las cosas. Por caminos distintos pero con una sola meta: gozarla en su plenitud y defenderla en su actual decadencia. Hacerlo solos pero nunca perdidos ante la duda. Dudar no es perderse, sino que forma parte del noble ejercicio de vivir. Buscar su espíritu bohemio y soñador por sus callejas y plazuelas. Ella siempre supo armonizar sentimientos y tendencias para que nadie creyera que la poseía en exclusiva. Nadie tiene derecho a propiciar a que nos sintamos extraños en el paraíso. Ciudad, esta nuestra, donde las contradicciones decidieron quedarse para la eternidad. Forman parte de la idiosincrasia de la misma. No nos engañemos, Curro Romero y el Betis nunca podrían haber nacido en otra parte. Son la contradicción sevillana elevada a su enésima potencia.

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