(A Santi, Salva y Eduardo, hermosa y gratificante cima de mis grandes amigos)
El duro ejercicio de vivir lleva implícito su carga de afectos y desafectos. En definitiva, la aventura de la vida siempre sujeta al prisma de lo objetivo y lo subjetivo. Todo siempre relativizado por la relación causa / efecto. Seremos –o somos- queridos u odiados en función, fundamentalmente, de nuestros aconteceres pasados. El presente por su inmediatez y, el futuro por su incertidumbre, todavía están pendientes de su cocción correspondiente en la cocina de la vida y las cosas. Lo que resulte y, el posterior análisis que hagan los demás, quedará a la espera de la implacable patina del tiempo.
Recuerdo una torpe determinación que tomé hace pocos días, elevando a público lo que nunca debió salir de lo estrictamente privado. Recibí en el blog de un orondo, talentoso y bondadoso candelario un comentario que, reconozco, me hizo pensar sobre que tipo de Sociedad estamos generando. Este “buen amigo” cuestionaba mis dotes de pregonero (¿) con dos sutiles argumentos: 1) Que él me conocía de “verdad” y se alegraba de que los folios de mi atril permanecieran eternamente en blanco y, 2) Que dado el profundo conocimiento que tenía de mí, me achacaba un tenebroso pasado de ateísmo militante y, por consiguiente (que diría Felipe), no apto para hablarle al personal de cofradías y cofrades. Venía a concluir, más o menos, que él si conocía en profundidad a este pájaro marxista, y no los que habían cometido la torpeza de invitarle a dar el Pregón. Todo evidentemente “argumentado” desde la cobarde trinchera del anonimato. Dentro de la libertad de expresarse de cada uno y, a la que yo siempre defenderé, nada que objetar al mensaje y si criticar el oscurantismo del mensajero. Dio su opinión, la razonó y hasta, posiblemente, tuviera parte de razón en su sectario comentario. Todo correcto en aras de la libertad de expresión de cada uno, salvo el camuflaje bajo el anonimato. Eso de tirar la piedra y esconder la mano tiene nombre en el argot popular.
Mi larga, y entiendo que fecunda labor como productor de Flamenco, me ha hecho ser respetuoso con la critica vertida hacia algunos de mis trabajos. Reconozco que más de una vez no he estado de acuerdo con los planteamientos del crítico, llegando a la conclusión de que lo importante era trabajar de acuerdo con mis irrenunciables códigos estéticos y éticos y, procurando por añadidura, que el producto fuera rentable comercialmente (las Compañías Discográficas son empresas sujetas, como otra cualquiera, a las leyes del mercado capitalista). Luego la critica, ante cualquier trabajo, que diga lo que piense y quiera. Están en su pleno derecho. Nunca, salvo en una ocasión, entré al trapo sobre alguna critica –afortunadamente muy pocas- desfavorable. La excepción a la que me refiero fue con Alberto García Reyes, critico de ABC, y no me duelen prendas en reconocer que no estuve especialmente afortunado en mis apreciaciones. Rocé el pantanoso terreno de las descalificaciones y me pasé “un par de pueblos”. Pedí disculpas y aquí paz y después gloria.
Pero, con el comentario de marras, me ocurrió algo excepcional: no se me criticaba por algo que había hecho, sino más bien por algo que no debería nunca hacer. Nunca me había pasado nada parecido y, deja en evidencia, que la persona en cuestión estaba presta detrás de la mata con la escopeta al hombro. ¿Qué la liebre se hubiera quedado tranquilamente en su madriguera?, daba igual, ya que tenía cargada el arma tocaba disparar.
Históricamente pocas dudas caben de que el estalinismo ha representado la época más sangrienta y siniestra de la Humanidad. Se mataron a millones de personas tachándolos de revisionistas. Es decir: no solo por lo que hicieron, sino más bien por lo que dejaron de hacer (imprescindible la trilogía de Isaac Deutscher sobre Trotsky o, la más reciente, “Vida y destino” de Vasili Grossman).
Salvando las diferencias (aquí afortunadamente no hay sangre ni Archipiélago Gulag) a mí, sempiterno antiestalinista, se me aplicaba el descrédito por algo que ni había hecho ni estaba dispuesto a hacer. Más o menos venía a decir: “no dejarle dar el Pregón a este rojo de mierda, que igual se arrepiente de su negativa y lo termina dando”. Es una de las mil formas que toman los inquisidores para suplir la dialéctica por la descalificación. Son pobres en recursos dialécticos y ricos en inquina acumulada. Evidentemente, insisto, apoyando en las sombras su manido discurso.
A lo largo de mi vida en todas las partes donde instalé mi tienda de campaña existencial siempre, pero siempre, volvió a crecer la hierba. Todo, en definitiva, gira en torno al conocimiento y la causa. A través de las experiencias acumuladas actuamos y esto produce buenas o malas sensaciones. Queden pues tranquilos los inquisidores de la vieja Híspalis que nunca me subiré a un atril para hablar de nuestra (¿o es pertenencia exclusiva de ellos?) Semana Santa. Solo una pregunta y concluyo: ¿De Flamenco si podré seguir dando alguna charla que otra, verdad? He dicho.
El duro ejercicio de vivir lleva implícito su carga de afectos y desafectos. En definitiva, la aventura de la vida siempre sujeta al prisma de lo objetivo y lo subjetivo. Todo siempre relativizado por la relación causa / efecto. Seremos –o somos- queridos u odiados en función, fundamentalmente, de nuestros aconteceres pasados. El presente por su inmediatez y, el futuro por su incertidumbre, todavía están pendientes de su cocción correspondiente en la cocina de la vida y las cosas. Lo que resulte y, el posterior análisis que hagan los demás, quedará a la espera de la implacable patina del tiempo.
Recuerdo una torpe determinación que tomé hace pocos días, elevando a público lo que nunca debió salir de lo estrictamente privado. Recibí en el blog de un orondo, talentoso y bondadoso candelario un comentario que, reconozco, me hizo pensar sobre que tipo de Sociedad estamos generando. Este “buen amigo” cuestionaba mis dotes de pregonero (¿) con dos sutiles argumentos: 1) Que él me conocía de “verdad” y se alegraba de que los folios de mi atril permanecieran eternamente en blanco y, 2) Que dado el profundo conocimiento que tenía de mí, me achacaba un tenebroso pasado de ateísmo militante y, por consiguiente (que diría Felipe), no apto para hablarle al personal de cofradías y cofrades. Venía a concluir, más o menos, que él si conocía en profundidad a este pájaro marxista, y no los que habían cometido la torpeza de invitarle a dar el Pregón. Todo evidentemente “argumentado” desde la cobarde trinchera del anonimato. Dentro de la libertad de expresarse de cada uno y, a la que yo siempre defenderé, nada que objetar al mensaje y si criticar el oscurantismo del mensajero. Dio su opinión, la razonó y hasta, posiblemente, tuviera parte de razón en su sectario comentario. Todo correcto en aras de la libertad de expresión de cada uno, salvo el camuflaje bajo el anonimato. Eso de tirar la piedra y esconder la mano tiene nombre en el argot popular.
Mi larga, y entiendo que fecunda labor como productor de Flamenco, me ha hecho ser respetuoso con la critica vertida hacia algunos de mis trabajos. Reconozco que más de una vez no he estado de acuerdo con los planteamientos del crítico, llegando a la conclusión de que lo importante era trabajar de acuerdo con mis irrenunciables códigos estéticos y éticos y, procurando por añadidura, que el producto fuera rentable comercialmente (las Compañías Discográficas son empresas sujetas, como otra cualquiera, a las leyes del mercado capitalista). Luego la critica, ante cualquier trabajo, que diga lo que piense y quiera. Están en su pleno derecho. Nunca, salvo en una ocasión, entré al trapo sobre alguna critica –afortunadamente muy pocas- desfavorable. La excepción a la que me refiero fue con Alberto García Reyes, critico de ABC, y no me duelen prendas en reconocer que no estuve especialmente afortunado en mis apreciaciones. Rocé el pantanoso terreno de las descalificaciones y me pasé “un par de pueblos”. Pedí disculpas y aquí paz y después gloria.
Pero, con el comentario de marras, me ocurrió algo excepcional: no se me criticaba por algo que había hecho, sino más bien por algo que no debería nunca hacer. Nunca me había pasado nada parecido y, deja en evidencia, que la persona en cuestión estaba presta detrás de la mata con la escopeta al hombro. ¿Qué la liebre se hubiera quedado tranquilamente en su madriguera?, daba igual, ya que tenía cargada el arma tocaba disparar.
Históricamente pocas dudas caben de que el estalinismo ha representado la época más sangrienta y siniestra de la Humanidad. Se mataron a millones de personas tachándolos de revisionistas. Es decir: no solo por lo que hicieron, sino más bien por lo que dejaron de hacer (imprescindible la trilogía de Isaac Deutscher sobre Trotsky o, la más reciente, “Vida y destino” de Vasili Grossman).
Salvando las diferencias (aquí afortunadamente no hay sangre ni Archipiélago Gulag) a mí, sempiterno antiestalinista, se me aplicaba el descrédito por algo que ni había hecho ni estaba dispuesto a hacer. Más o menos venía a decir: “no dejarle dar el Pregón a este rojo de mierda, que igual se arrepiente de su negativa y lo termina dando”. Es una de las mil formas que toman los inquisidores para suplir la dialéctica por la descalificación. Son pobres en recursos dialécticos y ricos en inquina acumulada. Evidentemente, insisto, apoyando en las sombras su manido discurso.
A lo largo de mi vida en todas las partes donde instalé mi tienda de campaña existencial siempre, pero siempre, volvió a crecer la hierba. Todo, en definitiva, gira en torno al conocimiento y la causa. A través de las experiencias acumuladas actuamos y esto produce buenas o malas sensaciones. Queden pues tranquilos los inquisidores de la vieja Híspalis que nunca me subiré a un atril para hablar de nuestra (¿o es pertenencia exclusiva de ellos?) Semana Santa. Solo una pregunta y concluyo: ¿De Flamenco si podré seguir dando alguna charla que otra, verdad? He dicho.
Decía mi madre, que como varias veces he dicho en mi blog, era analfabeta: NO OFENDE QUIEN QUIERE, SINO QUIEN PUEDE.
ResponderEliminarEse anónimo, "capullo", seguro que es un meapilas de los que hay tantos en las Hermandades de Sevilla.
Falso, envidioso, y capaz de negarle la palabra al mismísimo Jesucristo seguramente pues lo que predicaba no le vendría bien para su ruín vida.
No le des más importancia Juan Luís, que no la tiene, déjalo que se revuelque en su bili asquerosa.
Fali Márquez