miércoles, 19 de enero de 2011

No le llames Hac-Trick cuando quieres decir Triplete.



Queda meridianamente claro que, la cima de la Literatura universal, se alcanzó cuando las plumas de don William y don Miguel empezaron a unir palabras y conceptos en inmaculadas hojas en blanco. No es menos cierto que la cumbre de ese conglomerado de pasión, sentimiento, tradición y sufrimiento a lo que llamamos Fútbol, se produce bajo el mecenazgo de don Andrés, don Xavi, don Leo y don Pep. Con ellos, y ayudados por sus imprescindibles correligionarios este Deporte, ayer denostado y hoy elevado a los altares de la exquisitez, alcanza la categoría de Arte supremo. Juegan todos en armoniosa asociación y con un perfecto grado de compenetración. Son buenos, muy buenos, y si esto no fuera suficiente encima están adornados por el necesario aditamento de la modestia. Cuando su ciclo –como todos en la vida- termine, nos daremos cuenta de la suerte, la inmensa suerte, que hemos tenido de ser gozosos espectadores de este monumento al gran Fútbol. Pero como resulta evidente de que, afortunadamente, tienen cuerda para rato disfrutemos pues de este mágico momento (quiten de la Selección a los jugadores del Barcelona y, seguiría siendo buena pero no sublime).

El Deporte de la “Pelota” siempre tuvo mala prensa y peor fama en el sesudo mundo de los intelectuales. 22 tíos corriendo detrás de un balón y pegandose patadas unos a otros no admitía más análisis que la indeferencia y el desprecio. Para colmo se le consideraba, en el Régimen franquista, un elemento de distracción ante los problemas reales de la sociedad de aquella época. Los Toros, la Copla, el Cante, el Cine (patrio) y especialmente el Fútbol estaban encuadrados en lo que la izquierda de entonces llamaba –llamábamos-: la alienación. Pero curiosamente, en lo que al trato literario del Fútbol se refiere, también era obviado por los llamados escritores de derecha. Como suele ocurrir en nuestro país, y en el resto del mundo mundial, los criterios intelectuales van por un lado y los sentimientos de la gente por otro bien distinto. Lo que si resulta incuestionable es que ayer, hoy y mañana los políticos siempre se arrimaron a la calida lumbre de las victorias. Ya lo dejo dicho don Julio (no Cardeñosa sino el César romano): “Las victorias tienen muchos padres, pero las derrotas siempre son huérfanas”.

Sevilla siempre fue una Ciudad extraordinariamente “pelotera” (no confundir con otra clase de pelotas que siempre medraron por estos lares), y con una clara inclinación hacia el Fútbol-Arte. El “Sevilla futboclú” tuvo genios del calibre de: Arza, Pepillo, Ramoní, Guillamón, Ruiz Sosa, Montero, Francisco, Pintinho o Bertoni. En “er Beti” se vistieron con su elástica verdiblanca talentos de la talla de: Del Sol, Lasa, Bosch, Rogelio, Quino, Cardeñosa, Calderón, Alfonso o Gordillo.

Triunfar en el mundo del Fútbol representaba, en los largos y durísimos años de la postguerra, un salvoconducto de bienestar para el futbolista y por extensión para toda su familia. “Niño pelotero” significaba romper el dicho de que: “cuando un pobre comía jamón, o estaba malo el pobre o estaba malo el jamón”.

Siempre tendré al fútbol, al buen fútbol, entre mis grandes pasiones. El único carné que he tenido en mi vida (aparte del de identidad y el de la UGT) fue el del Real Betis Balompié. Me hizo socio mi tío Antonio con 8 años de edad y desde entonces soy, y seré, bético converso y confeso. Curiosamente, mis grandes amigos, salvo una honrosa excepción, fueron y son sevillistas de caché.
El fútbol –en Sevilla- siempre sirvió para socializarnos en torno a la “carga” y a la broma de buen gusto. La aparición de los ultras no ha hecho más que enturbiar las placidas aguas de los mares futboleros. Ya, afortunadamente, la “pelota” ha entrado en el mundo de sociólogos e intelectuales. Los escritores latinoamericanos fueron los primeros en romper, con su mágica literatura, este cerco de indiferencia ancestral. Gente como Jorge Valdano han conseguido llevar la cultura al mundo de los sudores y los voleones. Impagable, realmente impagable, la herencia que nos dejará el Barcelona actual (lo dice uno que tiene al Madrid como su segundo equipo). Peloteros ayer tachados de “tuercebotas” y hoy de ingenieros. En el pasado peones huyendo del andamio y hoy arquitectos de nobles edificios deportivos. Mezcla armoniosa, en definitiva, del juego colectivo y de la soledad del portero ante el lanzamiento de un penalti. El plural y el singular del ser humano atados a un balón y a unos nobles sentimientos. “Fútbol es fútbol”, que diría don Vujadin.

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