miércoles, 9 de febrero de 2011

María y Jose (sin acento)





Evidentemente María y Jose son dos. Concretamente dos niños de 6 y 2 años de edad, respectivamente. Si les quitáramos la “y” sería solo una niña. Si anteponemos el segundo nombre sobre el primero y también le sustraemos la “y” sería solo un niño. Pero no, afortunadamente son dos: una niña y un niño. Hermanos por más señas y donde Dios ha sembrado, una vez más, el hermoso don de la complementariedad. Son de momento los herederos de la saga de los Abelaira (por puro lógica, si Dios les envía un nuevo hijo le llamarán Jesús, y ya podrían decir que tienen completo el elemento humano del Portal de Belén). Son los primogénitos de este matrimonio vecino y amigo, y con los que coincido cada mañana en época escolar. Su padre, José Antonio, se marcha a horas muy temprana a sus quehaceres laborales. Su madre, Natalia (Nati), se encarga desde antes que aparezca el alba en atender a estos dos proyectos de futuros sevillanos. Verla cada mañana camino de los colegios es recordar las andanzas de Agustina de Aragón. Ella no enciende las mechas de los cañones para recordarle a los franceses que se vayan por donde han venido. No, ella enciende más bien la llama del cariño, armándose de santa paciencia para conducir a María y a Jose hacia los santuarios de la enseñanza. Carga cada mañana una gran cantidad de artilugios que consigue trasladar sin que milagrosamente pierda el equilibrio. Dos mochilas, algún peluche de considerable tamaño, una moto rompetobillos de Jose, un cuaderno de dibujo de María, dos zumos y algún elemento novedoso que esa mañana le ha sido agregado a su ya de por si pesada carga. María, en quien la sociabilidad tomo cuerpo y forma va saludando a diestro y siniestro a vecinos y comerciantes. Las suelo acompañar un corto trecho y ya me desmarco a la caza y captura del primer café mañanero.


Se les llega a tomar verdadero afecto a estos “enanos” que son tan distintos como la noche y el día. Son una especie de Don Quijote y Sancho Panza en versión infantil pinomontanera. María es una niña soñadora que me recuerda sobremanera en su niñez a mi hija Alicia. Es creativa y si la vida guarda –o mejor guardara- una cierta lógica lineal, estaría llamada a desarrollar una actividad creativa en su etapa de juventud y madurez. Será una “Doña Quijota” luchando contra los molinos de viento de la ramplonería y el aburrimiento. Su abstracción actual no nace de la pereza sino del asombro y la ilusión que le produce cuanto le rodea. Sabe hacerse de querer y como relaciones públicas no tendrá precio. Jose es “Sancho Panza” en su concepto terrenal de las cosas y la gente. Pragmático hasta la medula sigue con paso a firme a su hermana, hasta que percibe que se ha alejado demasiado de la madre. Entonces retrocede y busca con los brazos estirados la seguridad del calor materno. Va a lo seguro y no está dispuesto a volar con la misma intensidad que su hermana. María sueña mirando la media luna con países de hadas y princesas. Jose no se complica la vida: cuando mira la luna ve fundamentalmente su semejanza con medio queso de bola. Por imperativos de la vida y las cosas ellos crecerán y un servidor decrecerá. Forman parte de la generación de mi nieto Rafael y sabe Dios lo que les aguarda. Que sean felices y personas decentes, nobles y solidarias es lo fundamental. Son ramas de frondosos árboles y ojala sea verdad aquello de: “bendita la rama que al tronco sale”.


Cuando ya descanse eternamente reciclado en unos gramos de polvo gris en la Casa del Señor de Sevilla, me gustaría ver a mi nieto impartiendo clases de Literatura en la Universidad. A María dirigiendo cursos de Dibujo en la Escuela de Bellas Artes sevillanas y, a Jose, mandando una flota de autobuses de Los Amarillos. Que Dios les guarde a ellos y también de paso a todos nosotros.

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