lunes, 9 de mayo de 2011

Gérmenes de intolerancia





Me preocupé el pasado e infausto –por la lluvia- Martes Santo de aprovechar mi forzado enclaustramiento casero, para entrar en Internet, y anotar una variedad de “comentarios” anexos a los artículos de opinión en la prensa digital (fundamentalmente en “Diario de Sevilla”). Es más que previsible que la inmensa mayoría de los mismos están suscritos por gente joven. Algunos –los menos- plagados de sensatez y tolerancia y, los más, entrando desde el anonimato en el insulto más soez y la descalificación más intolerante. Están repletos de faltas de ortografía, síntoma inequívoco de que si doblaron los codos no fue para estudiar, sino para dudosos menesteres etílicos. Es decir: los codos más que “jincarlos” los empinan. En un principio pensé dar “una muestra” en este Blog de algunos de estos “comentarios”, pero al final decidí que sería un ejercicio añadido de mal gusto. No merece la pena. Hablan de laicismo (dos escribieron “laisismo”) y estoy convencido que desconocen cuanto implica este concepto. Atacan a la Semana Santa desde el odio impostado de una ateismo de salón. Alentados y orientados subrepticiamente por quienes bien sabemos: los falsos izquierdistas que añoran “su” Cuba, pero viven de “p…madre” en la monárquica España. Refiriéndose a la Semana Santa hablan de “muñequitos de madera” y de “pasitos con barbies” paseados por “tontitos” reaccionarios. He comentado en más de una ocasión que, durante un periodo de mi juventud, sentí alejarme de la Semana Santa de mi niñez. La veía como algo ajeno a mi forma de pensar de entonces. Me aparecía la misma –hoy pienso que erróneamente- como algo impregnado del imperante Nacional-Catolicismo y ajeno a la religiosidad popular. No veía Pueblo y Verdad por ningún lado. No era consciente de ser victima del sectarismo de izquierdas (el de derechas es igual o peor). Luego –afortunadamente- los años me hicieron recuperar las raíces de mi gente más querida y las aguas volvieron a su cauce. Cada Martes y Jueves Santo paseo por Sevilla lo mejor y más noble que pueda existir en mi persona. Hoy mi vida estaría incompleta sin entrar de lleno en los vericuetos sentimentales y de fe de nuestra Semana Mayor. Lo que siempre tuve claro era –y es- el respeto escrupuloso hacia aquellos que no pensaban de manera parecida a la mía. Siempre hice lo que me demandó mi conciencia en cada momento y no me arrepiento absolutamente de nada. Nunca escribí una sola línea en contra de una Semana Santa en la que entonces no me consideraba encuadrado. Hoy tampoco lo hago –ni lo haré- en contra de aquellos cuyos sentimientos son ajenos –pero respetuosos- a nuestra Semana Mayor. ¿Todos los que se visten –nos vestimos- de nazarenos son –somos- personas solidarias y bondadosas? Aquellos que “escapan” de la Ciudad nada más escuchar el primer toque de tambor, ¿son todos ajenos a la Doctrina del Jesús machadiano: “El que anduvo en la mar”? ¿Forzosamente, es mejor sevillano el que porta la Cruz de Guía de la Hermandad del Silencio, que aquel que mira pensativo el horizonte en un atardecer playero? Tolerancia, solidaridad y justicia esa son las claves de una buena convivencia entre los humanos. En Sevilla creo que adquiere especial virulencia una confrontación siempre huérfana de contenido, tanto en el fondo como en las formas. Aquí no hay debate sino discusión agria e insustancial (políticos como ejemplos paradigmáticos). Un sector de nuestra juventud es fiel reflejo del clima “mamado” en sus casas. Un árbol sin ramas frondosas poca sombra puede proporcionar. Soltamos en la puerta de un Instituto un cafre y queremos que nos devuelvan un exquisito.

Uno de los valores fundamentales de la Social-Democracia -¿verdad usted señor Griñán- es la Educación. Pero no solamente la del 4 más 7 son 11. No, una Educación Cívica y Democrática (que tiene su raíz en el seno de la familia y no en una escolar “materia obligatoria”) que posibilite contradecir a un articulista sin utilizar el anonimato. Aparte, claro está, sin que el uso del sano ejercicio de la discrepancia solo sirva para llamarlo “tonto, retrogrado y casposo tradicionalista”.

Eso no es opinar, eso es insultar, y aquellos que portan veneno corren el grave riesgo de caer victimas de su propia “medicina”. Soplamos con placer el fuego que nos rodea y, luego, nos lamentamos que las llamas lleguen hasta la azotea.

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