Cada cierto tiempo y, desde que tengo uso de razón, siempre he escuchado con relación al Río Grande que Sevilla vive de espaldas a él, siendo urgente y necesaria su pronta recuperación. Este Guadalquivir de grandes poetas, hermosas aventuras ultramarinas y eternos proyectos rehabilitadores, encierra en sus hoy contaminadas y sucias aguas la Historia de Sevilla y, fundamentalmente la de Triana. Si, que nadie se escandalice por esta afirmación donde separo a Sevilla de Triana. Posiblemente podrían citarme mis amigos del arrabal más razones, pero se me ocurren entre las dos orillas, tres elementos diferenciadores fundamentales: la Semana Santa, el Flamenco y el Río. Sevilla no tiene al río –la verdad os hará libres- como un referente cotidiano sentimental de su existencia. Sevilla siempre tuvo al río como Puerto de entrada y salida para el Comercio; ir y venir de barcos de recreo, nudo gordiano de lo accesorio y comercial que prioriza lo sustancial en detrimento de las cosas eternas. En este lado atracaron y desembarcaron cosas y gentes de arenales connotaciones históricas. Triana por el contrario aporta al río su ineludible cuota de historia y vida. Sevilla sin su río sería menos Sevilla. Triana sin él casi no tendría sentido en su existencia. La calle más importante adyacente al río se llama Betis y está – ¿donde si no?- en Triana. Allí se celebra la Fiesta más importante del arrabal –la Velá- y tiene al Guadalquivir como santo y seña de la misma. Triana es marinera por condición y devoción. Sevilla lo es, fundamentalmente, por mirarse en el espejo de Triana. Cuando los sevillanos cruzamos el Puente más que al río miramos en la lejanía al Puente de Los Remedios. Cuando lo cruzan los trianeros miran las zapatas y la cercanía del agua como si fueran a verla por última vez. La margen de Triana se nutre de vida artesana, cantaora y corporativa y, la de Sevilla, de tráfico y monumentos de hierro insustanciales. Sevilla duerme tranquila por saber que su río está en buenas manos. A los que vamos de Sevilla a Triana nos da la bienvenida una capillita y un faro marinero. Los que hacen el camino en sentido contrario son –eran- recibidos por una lonja de pescados y un puesto de calentitos. (Escuche Alcalde Mayor / que quien el Cante desgrana / nos dice por Solea / ¡Por Dios pasadme a Triana!). Allí empieza y termina el río y aquí nos alejamos de él, hasta perdernos en los laberintos sentimentales de la Ciudad. ¡Pobre Guadalquivir hoy abandonado a su suerte! Sucio, contaminado, con colores ocres de barro y donde sus peces emprendieron presurosos su aventura atlántica. Vuelves a ser moneda de cambio electoral de políticos oportunistas que todo lo prometen y nada hacen. Por tus aguas se quedó nadando un niño de la judería que, se llevó más de un correazo, por bañarse en tus dulces aguas. Sin tú pretenderlo llenaste de negro luto más de una humilde casa. Te domesticaron hace años para que con tus salidas de tono no llevaras la ruina a los más desfavorecidos. Te temían pero nunca renegaron de ti. Pero ahí sigues aguantando el paso de los años. Nadie lo cantó nunca como la “hija de Juan Montoya”: “Río de mi Sevilla no te entretengas / que te espera en Sanlúcar la mar inmensa / con que desgana dejarás las orillas de tu Triana”.
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