viernes, 1 de julio de 2011

El retorno de la cigüeña




La tarde se moría lentamente a lo lejos como si se resistiera a dejarle paso a las sombras de la noche. Sentado en la terraza miraba por encima de una maraña de bloques pespunteados de antenas de todo tipo y condición. Su gato dormía placidamente sobre su regazo mientras él se entretenía en acariciarle suavemente la cabeza (la mejor y más segura manera de acariciar a un gato es hacerlo mientras duerme). En la mesa de la terraza estaba depositado un vaso rectangular con un trozo de limón ennegrecido por los restos de una “Coca-Cola Light”. Cuatro periódicos cuidadosamente doblados. Una reciente novela de María Dueñas (“El tiempo entre costuras”). Un par de folios a medio rellenar y dos bolígrafos BIC Cristal, uno azul y otro rojo. Estaba en ese momento del día donde reflexión, pensamiento y ensoñación forman un hermoso triangulo existencial. Era consciente de que formaba parte de aquellos que tienen mucho más cerca la Llegada que la Salida. Atrás quedó su tibio pasado antifranquista que él, de vez en cuando, se encargaba de magnificar en sus columnas. Su deambular por la Ciudad no estuvo exento de vaivenes políticos, pasando de la bandera blanca y verde a la roja y gualda (que al final vienen a representar una misma cosa). Ahora, quizás demasiado tarde, comprendió que dilapidó su hermoso capital literario en aras de convertirse en una especie de “martillo de herejes socialistas”. Pudo haber sido el escritor contemporáneo más importante de la Ciudad, y no pasó de ser un “esperpéntico gacetillero”. Hizo verdad aquello de: “A rey muerto o reina muerta; biografía escrita, biografía puesta (en el mercado)” Le pudo el rencor y, al final, terminó siendo un inapreciable “Compañero de viaje” de una determinada fuerza política. Los “guasa” de la Villa y Corte (de manga) lo llamaban “Manolito Gaviota”. Era habitual verlo asistir a todo acto de enjundia en compañía de la Señora Duquesa y el genial Torero. El centro neurálgico de sus emociones más sentidas era un “puesto de calentitos” y, decían sus “discípulos”, que mientras no exaltará las Glorias y Pasiones de la Ciudad el círculo mágico de la misma no estaría cerrado. Él, cuando escribía sobre estos Siete Días, lo hacia para abordar, fundamentalmente, el aspecto folclórico de los mismos. Pero cuando sonó el último toque de tambor se subió al atril, pregonó, se marchó y la Ciudad seguía siendo la misma. Como algunos ingenuos esperaban no sonó el Aleluya de Handel por jardines, callejas y plazoletas. Eso si, un amplio repaso si que les dio a los que últimamente consideraba sus “ancestrales enemigos”. Ahora empiezan a llamarlo el “amigodelpadredefernandito” y ya esto empieza a mosquearlo. Si las urnas le quitan la “diana” a la que dirigía sus dardos, ¿de que escribirá y vivirá? Puede que esta sea su última oportunidad para recuperar al gran escritor que pudo haber sido y no fue. No está exento para nada de talento y puede dejar testimonio del mismo a las generaciones venideras. Tendrá que sacudirse, a manotazo limpio, el humo de tanto “botafumeiro” que le rodea y, lo más triste, le nubla los ojos. Sería una pena que al final solo sea recordado por lo que nunca tenía que haber sido: un creador de “gracietas” y “motes”. Dios me libre de darle consejos a nadie, pero después de bajar el gato al suelo de la terraza y, emprender las tareas cotidianas, no estaría de más que busque en los cajones de su casa al gran escritor que todavía puede llegar a ser. Será algo, a no dudar, por lo que la Ciudad le estará eternamente agradecida. ¿Lo hará?; ¿No lo hará? Solo la que habita al lado de la “Calentería” lo sabe.

1 comentario:

  1. Magnífico su estilo, Juan Luis. ya me gustaría a mí... Saludos. José Luis Tirado.

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