domingo, 9 de octubre de 2011

El dulce arrullo de la nana



Cuando los niños son atendidos en sus necesidades físicas y afectivas, pocas dudas caben en afirmar que estamos ante el paraíso soñado y perdido. La niñez se nos presenta muchas veces idealizada o algo confusa entre sueños y realidades. Por imperativo de los años vividos –posiblemente ya muchos- cada día que pasa ponemos más distancia entre nosotros y los niños que un día fuimos. Empezamos a dejar de recordar nombres y situaciones que nos hicieron crecer en armonía con nuestro proyecto de hombres futuros. Soñar jugando o jugar soñando como principales motivos de nuestro entramado vivencial. Mi corta e ilusionante etapa escolar –empecé a trabajar cuando aún no había cumplido los 14 años de edad- me trazó una línea sentimental que propició a la larga donde quedarían anclados para siempre mis sentimientos sevillanos. “Protectorado de la Infancia” en Santa María la Blanca; “Colegio San Diego” en la calle Ximénez de Enciso y “CP-San Isidoro” (vulgo Mesón del Moro) en la calle del mismo nombre que popularmente recibía el Colegio. Una línea recta que me llevaba –y me llevará mientras viva- desde la Puerta de la Carne hasta el mirador de Mateos Gago con la Giralda presta para ser contemplada en todo su esplendor. Curiosamente, tanto en el “San Diego” como en el “Mesón del Moro”, coincidíamos en ilusiones tres “colegas” vecinos de los aledaños de San Nicolás. Nos gustaba al salir de clase enfilar Mateos Gago para desviarnos a la derecha por Don Remondo, buscando a través de Abades nuestro mágico rincón de la calle Mármoles. Al final todo era una cuestión marmórea. Blanco mármol de la pila bautismal para incluirte en el reino de los cristianos presentes y, frío mármol sepulcral, para decirte de manera definitiva: “ahí te quea con to tus muertos”. De este “Trío de Capilla de San Diego” soy el único que hoy aún continua deambulando por este recorrido sentimental. Uno, “el Cabeza” se nos murió joven dejándonos huérfanos de su querida presencia. El otro, José Manuel, es en la actualidad Alcalde de un pueblo de la Costa Brava. Se de buena fuente –su hermana- que en un lugar de honor de su despacho figura una foto enmarcada de la Candelaria. Cuando cada lunes visito San Nicolás –sin perder la esperanza de ver un día sonreír a Bernardo el Sacristán- retorno por un triangulo urbano que a la postre se ha configurado como mi entramado sentimental sevillano. Calles de Federico Rubio, Aire y Mármoles. Ahí, a no dudarlo, quedará mi alma sevillana atrapada por el lazo de la eternidad. Empiezo mi corto recorrido en la Galería de “Rafael Ortiz” para terminarlo en el mismo sitio. Federico Rubio de “Casa Hermandad” e Instituto Británico; Aire de Luís Cernuda y su imperecedero “Jardín Antiguo” y, Mármoles de Roma Imperial, bajo el ensueño de tres niños de la Generación del “Pan con azúcar”. Al final todo estaba enmarañado en el mundo de la poesía: Federico (García Lorca); Aire que pedía Cernuda soñando Sevilla (“Ocnos”) desde Escocia y, Mármol(es) romano labrado a sangre y poemas por “Rafael el del Puerto”. Federico Rubio; Aire y Mármoles como testimonios imperecederos de que un día anduvimos y soñamos por esta Ciudad de sombras y luces. Éramos niños de la Judería sevillana con toda una vida por delante. Siempre, rotundamente siempre, bajo el manto protector de la que vive y recibe en San Nicolás: la Candelaria.

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