“Tengo lo que tú no tienes
un reloj que da la hora
y un molinillo que muele”
Hace ya algunos años mi Guía Espiritual en el Flamenco y compadre del alma, Manolo Centeno, me hizo un vaticinio y una recomendación. Me vaticinó que con el paso de los años iría cerrando el mágico círculo de mis apetencias cantaoras y, me recomendó, aprovechar el imprevisible tiempo que nos quede, en disfrutar del Flamenco, más que perdernos en el estéril bosque con sus eternas discusiones insustanciales. Bien cierto era pues el tiempo ha hecho diana en ambas apreciaciones. He cerrado (pero siempre con la llave puesta) el cofre de mis inquietudes jondas y solo lo abro para escuchar a: Vallejo, Caracol, Marchena, Mairena, Fosforito, Tomás, Pastora y Camarón (curiosamente en algunos momentos incorporo a este selecto grupo al Marqués de Porrinas). ¿Qué hago oídos sordos a todos los demás? Para nada, pero es en este selecto grupo donde se colman todas mis aspiraciones de aficionado al Arte Jondo. En ellos y, en su variedad melismática, están reflejados todas las sendas y postulados del mejor Cante Flamenco. Crearon escuela y, lo más importante, nos dejaron un espléndido testimonio sonoro de su paso por esta Tierra de mares, cal y olivos. De todos estos cantaores –afortunadamente- disponemos de una amplia y riquísima discografía. Quedan pues eternizados en el tiempo de las cosas intemporales que une la complicidad de las almas. Sinceramente, discutir sobre cuestiones puntuales de Flamenco, aparte de aburrirme sobremanera, me parecen una perdida del poco tiempo que ya nos va quedando. El Flamenco decrece en el localismo asfixiante, levantando libre y esplendoroso su vuelo cuando se expresa hacia lo universal. Salgo de mi “guarida” solamente en ocasiones puntuales para presenciar algún espectáculo o un recital de Flamenco. He pasado de presenciar -en anteriores Bienales- hasta un noventa por ciento de lo programado, asistiendo en la última solamente a un par de eventos. Me dedico desde hace un tiempo al estudio y a la reflexión sobre temas puntuales del Flamenco. Siempre he sido prioritariamente un buen aficionado y, un estudioso deseoso de adentrarse en los vericuetos de este Arte andaluz tan singular. No he descubierto nada que aún estuviera por descubrirse. Me encuentro plenamente realizado en mi hoy corta (por la Crisis) faceta de productor discográfico. Lamento mi ingenuidad en épocas pasadas, cayendo como un pardillo en manos de los “tunantes” del Flamenco. Cientos de folios regalados de manera altruista para que otros se llenasen las carteras. Se aprende tropezando y se crece rectificando a tiempo. De manera pertinaz intento dotar a mis producciones de rigor y autenticidad. Que lo consiga o no ya es harina de otro costal. Hago mía la frase que alguien dijo: “Si durante tu existencia no puedes mejorar el mundo, intenta al menos cuando te vayas no dejarlo peor que como te lo encontraste”. Por ahí andamos y con el firme propósito de perseverar en el empeño. El Flamenco aparte de proporcionarme los momentos más mágicos de mi existencia, me ha hecho crecer como ser humano. La banda sonora de mi vida siempre será la que se desprende de la mágica guitarra de Paco de Lucía. En sus acordes hace años que se quedó prendida mi alma a la espera – a ser posible tardía- de que el Gran Listero me nombre algún día. Si me diera cinco minutos y veintinueve segundos para despedirme de mis emociones, no tengan dudas que lo haría escuchando “Gitanos andaluces”.
El flamenco no debe pararse, ni establecerse definitivamente, como algunos intentaron alrededor de la figura de Mairena; también se podía haber parado en los Pavones, y no lo hizo. Como en el himno de los andaluces, deberíamos decir: para la humanidad,y no para unos pocos. Entiendo también que hayas salido escaldado del mundo que lo rodea, hay mucho aprovechado y los circuitos muy cerrados, hay que sobresalir mucho,pero que mucho, para entrar en ellos. Saludos.
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