miércoles, 2 de noviembre de 2011

Música maestro



“Si no hay voces, aunque haya música, una casa está en silencio”
(Antonio Muñoz Molina)


Con la pantalla del ordenador en blanco me dispongo a escribir alguno de los Toma de Horas que más me gustan: los que se producen a través de una improvisada reflexión sobre la vida y sus cosas. No tengo previsto como desarrollarlo de antemano, y serán en definitiva mis elucubraciones de “majareta” sentimental sevillano quienes sean capaces de darle contenido y continente. El ejercicio de vivir tiene tantos elementos colaterales que resulta imposible tener la mente en blanco ni un solo segundo (solo el terrible Alzheimer proporciona a las personas que lo padecen su incapacidad para reconocerse y reconocernos. La mente en blanco en definitiva). Suena en mi ordenador la Sinfonía nº 33 de Mozart, nada menos que bajo la genial batuta de Von Karajan. ¡Que difícil resulta no creer en Dios escuchando la música de Mozart! Cierras los ojos y te dejas transportar por sus acordes sinfónicos y navegas placidamente por los mares de los sueños. El Flamenco y el Jazz te atrapan en días de gozo y pena para dejarte hermosas cicatrices –señal inequívoca de que estás vivo- en las paredes del alma. Mozart con su música te traslada flotando sobre la volátil evanescencia de las hermosas praderas de la existencia. Lo bucólico cuando se racionaliza en un pentagrama deja de ser cursi para convertirse en sentimental. Manuel Vallejo, te atrapa con su cante y te hace sentir, con los pies en la Tierra, que el ser humano es sin remisión un compendio de risas y lágrimas. No nos engañemos: no existe música aburrida existen seres humanos aburridos. No vamos en busca de la música es ella la que nos busca a nosotros. Una misma melodía o un mismo cante sonarán distintos en función de nuestro coyuntural estado anímico. La música siempre es la misma nosotros ya pocas veces lo somos. Cuando los seres humanos buscamos la música en particular -y la cultural en general- con la única finalidad de entretenernos y “pasar el rato”, alteramos sustancialmente el sentido de las cosas. La noche del pasado viernes 19 de agosto, la 2 de RTVE emitió un más que excelente documental sobre un verdadero genio musical contemporáneo: Paco de Lucía. Se contrastó la opinión de varios de sus compañeros de profesión, resaltando por su clarividencia –como suele ser habitual- las opiniones de Manolo Sanlúcar. Dijo que la extraordinaria grandeza de Paco consistía en haber conseguido maravillar a personas ajenas al mundo del flamenco, sin dejar de asombrar al conjunto de todos los buenos aficionados. Dijo más cosas este sanluqueño universal: “Lo importante en la música es la armonía. No solo a la hora de componer sino la que debe existir entre quien la crea e interpreta y los receptores de la misma. El problema es que mientras el músico trabaja denodadamente para avanzar, los aficionados –en no pocas ocasiones- se anquilosan y no avanzan en sus conceptos musicales. Así es difícil –muy difícil- que perviva la necesaria armonía entre todas las partes”. Dicho queda y solo podríamos añadir: Amén. Mozart, Paco de Lucía o Count Basie son músicos geniales con procedencias y conceptos armónicos diametralmente opuestos –o quizás no tanto-, pero en ellos confluye un denominador común: la capacidad de conmover profundamente a través de su música. La Sinfonía nº 33 de Mozart; la Rondeña de Montoya en versión del “Niño de la Portuguesa” o, el “Kid from Red Bank” del músico de Nueva Jersey (Red Bank), son ejemplos imperecederos de esa imprescindible armonía que nos comentaba el Maestro Manolo Sanlúcar.
Puede que no sea verdad que la música amanse a las fieras (los dirigentes del Tercer Reich eran sesudos melómanos), pero posiblemente mientras la escuchan dejen transitoriamente de serlas.

Dios creó el Mundo imperfecto para que el hombre, bajo el influjo de su soplo divino, tuviera la oportunidad de hacerlo perfecto. Le dio trozos de piedras para que las esculpiera. Papeles en blanco para que los rellenara contando las venturas y desventuras del alma humana. Le proporcionó amaneceres radiantes y noches estrelladas para que los poetas pudieran soñar y, conseguir de paso, que soñáramos nosotros. Hizo que silbara el viento en la montaña; el trinar de los pájaros; el agua de la lluvia al caer y el rumor de las olas marinas para que supiera donde buscar los orígenes de la música. Racionalizar, en definitiva, los complejos sonidos de la Naturaleza hasta convertirlos en… ¡Armonía!

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