viernes, 15 de junio de 2012

Verdes como el trigo verde



Rafael de León cinceló a sangre y fuego la copla de todas las coplas: “Ojos verdes”. Miguel de Molina y Conchita Piquer, doña Concha, lograron que fuera la copla que emocionaba por igual a la imposible España de las dos trincheras en una cruenta Guerra entre hermanos. Pasión Vega y Miguel Poveda nos despejaron dos hermosas incógnitas contemporáneas: que las buenas coplas son eternas, y que en el Arte siempre se produce el milagro de los mágicos punto y seguido. Verde en los imposibles ojos de los toros soñados por Fernando Villalón, arrullados por las mágicas noches de reflejos azul y plata proyectados sobre los arroyuelos. Arroyitos de agua clara donde beben los astados huérfanos de maletillas y albero maestrante, y donde el campo se ilumina bajo un manto de estrellas errantes. Decían hace años -en tiempos represores y reprimidos- que “Lo verde empezaba tras los Pirineos”. Allí muchos españoles descubrieron que, aparte de madres y hermanas, las demás mujeres también tenían tetas. “El último tango en París” unido a la penúltima copla española (la última siempre estará por escribirse). La alegría de los pobres con la utópica ilusión –versus lotería- que les proporcionaba los imposibles “billetes verdes”. Triste y mísera época donde se decía que “si un pobre comía jamón o estaba malo el jamón o estaba malo el pobre”. En una España donde predominaban los grises y negros lo verde se nos presentaba como el verdadero color de la esperanza. Verde de campos andaluces regados con el sudor de sus jornaleros y las lágrimas de sus enlutadas mujeres. Andalucía necesitaba el verde –y el blanco- como sus colores identitarios. Verde de una esperanza siempre lejana, muy lejana, en el horizonte. Blanco de la cal de sus paredes manchadas con la sangre de los inocentes. Si el Real Betis en vez del verde hubiera adoptado el azul para sus colores hoy se llamaría Real Oviedo. Hoy lo verde ni está ni se le espera. Estamos enmarañados en los tonos grisáceos de la desesperanza más absoluta. Hoy las frutas están verdes por dentro o por fuera pero nunca por los dos sitios. Los niños no quieren “estar verdes” y sueñan con madurar y ser hombres; los hombres, en su madurez, pelean por recuperar el placer de volver a “estar verdes” como los niños. Se perdieron los dátiles verdes de las palmeras de los Jardines de Murillo. Los campos están secos y sedientos: carentes de la alegría de lo verde. Hoy “los Pirineos” empiezan y terminan en Berlín. Es el triste sino de los españoles: salimos de una jaula para, inevitablemente, meternos de cabeza en otra. Pero ahí están imperecederos y eternos los “Ojos verdes” de don Rafael de León. Dos “Migueles”, una Conchita y una Pasión, los elevaron a la gloria sentimental del alma de la gente sencilla. La quintaesencia de la cultura popular. Verde lorquiano de poema escrito con la sangre derramada. Verde de Carlos Cano con recuerdos a emigrantes portando sus maletas de cartón. Verde de Villalón montado en noble alazán recorriendo los campos andaluces. Verde de la gloria bética con la Liga conquistada en el 35. Verde de olivos huérfanos de vareadores y…. “Verdes como el trigo verde y el verde verde limón”. Verde, en definitiva, como el manto de la Esperanza.

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