viernes, 20 de julio de 2012

El sastre de Panamá


Cumples años y llegas a la –sabia- conclusión que ya no serán muchos los pendientes de cumplir como para perderlos en nimiedades. Has intentado a lo largo de tu vida ir configurando tu personalidad para ir enjaretando un traje a tu medida. Los demás se han cargado el invento. Unos, desde el afecto, te lo han confeccionado amplio para que te sientas cómodo dentro de él. Otros, que son aquellos con los que nunca compartirías un café, te lo diseñan muy estrecho para que al ponértelo te sientas incomodo. Vas madurando –o al menos intentándolo- en todos los sentidos y cada día sabes más lo que no eres que aquello que terminarás siendo. Has asumido desde hace muchos años que aquellos conocidos que no han traspasado el umbral de la amistad te llamen siempre “José Luis”. Han sido numerosas las ocasiones en que se han referido a ti denominándote, amablemente, “Crítico de Flamenco” y/o “Flamencólogo”. Me da pereza aclarar que nunca ejercí la crítica flamenca, ni que tampoco entré en el laborioso campo de la investigación (flamenca). Solo soy un buen aficionado y un estudioso del Flamenco. Asumiendo que al conocer intrínsicamente los vericuetos de una materia (que tienes como afición) la podrás disfrutar en toda su extensión. Mis conocimientos, eso sí, ha posibilitado que diera charlas de Flamenco en Peñas, Centros Cívicos, Asociaciones de vecinos……, más que con el animo de pontificar por llevar algunas cotas de clarificación sobre la grandeza del Arte Jondo. También en no pocas ocasiones se me ha valorado como un “buen cofrade”. Sinceramente, no se si tan siquiera lo soy, y me gustaría más ser considerado como un cristiano de base comprometido. Si pertenecer a una Hermandad es ser cofrade yo lo sería por cuadriplicado. Si ser cofrade consiste en salir de nazareno una vez al año y asistir a los cultos de mi Hermandad (Pasión), doy por hecho que entonces lo soy. Pero difícilmente pasaría un “Test de Stress” cofrade. Ignoro incluso como se llama el capataz que pone al Señor de Pasión la tarde del Jueves Santo en la Plaza del Salvador. Nunca he pertenecido a ninguna Junta de Gobierno de ninguna Hermandad, tampoco he ocupado cargos de mayor o menor responsabilidad. Mi relación con las Hermandades a las que pertenezco se nutre de la fe, la tradición y la belleza estética del barroco. Todo sometido permanentemente al difícil equilibrio entre lo intelectual, lo espiritual y lo racional. Créanme que no es tarea fácil pero resulta apasionante. Los matices, sin ánimo de ofender a nadie, no me interesan. ¿Si el Señor de Pasión cambia de capataz perdería su magnificencia barroca? ¿Decaería acaso el esplendor de su inigualable canasto de plata? Dejar meridianamente claro, eso si, que sin cofrades no existiría la Semana Santa y las Hermandades tendrían serias dificultades para sobrevivir. Pero el “sastre de Panamá” hace buenos trajes ajustándose a las medidas y las necesidades de cada cliente. Somos como la vida y sus circunstancias y avatares nos han ido modulándonos con el paso del tiempo. Mejor ser tú, con tus limitaciones y defectos, que un simulacro de persona con virtudes ajenas y enmarañada en las redes de la impostura. La complejidad la debes asumir –y padecer- como algo implícito al ejercicio de vivir. No hay dos vidas iguales y cada uno deber vivir la suya de acuerdo con sus coordenadas morales, sociales, políticas, culturales y/o espirituales.

  Asumir que estas son –o pueden ser- cambiantes es el mejor favor que podemos hacernos a nosotros mismo.

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