domingo, 22 de julio de 2012

Esperando a Godot


El verano avanza imparable dejándonos su huella de luz y vida. La época estival se nos configura hermosa por su propia configuración: la desinhibición de cuerpos y almas. Hacemos y programamos cosas impensables en cualquier otra época del año. El verano es libertad por lo que fuimos; por lo que somos y, nunca por lo que seremos. Es inmediatez y cada día tiene una lectura diferente al anterior y, sobre todo, al que nos llegará mañana. Sumas años e inevitablemente también vas sumando sentidas ausencias. Personas de tu entorno afectivo, o aquellas que con su arte y sabiduría te ayudaron a crecer y madurar, van llenando el saco de orfandad que soportamos sobre nuestra espalda. En los últimos días del pasado junio se nos fue Juan Luis Galiardo, un actor inconmensurable y al que justamente se le llamaba el “Vittorio Gassman” español. Versátil, tremendamente humano y profundamente filosófico, se nos presentaba este actorazo nacido para la vida y el arte en el pueblo gaditano de San Roque. Por esas mismas fechas también nos dijo adiós Estela Raval (la de los Cinco Latinos). Una voz prodigiosa llena de melismas y capaz de conmover a las piedras de las Ruinas de Itálica. Sus canciones se configuran como la banda sonora de unos veranos hoy “archivados” en la inmisericorde “carpeta” del tiempo. El verano es largo, excesivamente largo, y hoy para algunos (entre los que me encuentro) un tiempo sin más fertilidad que el paso y la huella de lo vivido. Instalarse en la nostalgia puede ser mala cosa; renunciar a soñar con los paraísos perdidos se nos antoja casi imposible. Los veranos donde mejor toman su sentido y naturaleza es en la niñez y, fundamentalmente, en la juventud. Cuando te diagnostican que, por tu edad, ya formas parte de las “personas de riesgo” (no confundir con la Prima de ídem), tu principal preocupación, en época estival, es que un “golpe de calor” no te mande donde reposa su sueño eterno Joselito. No nos engañemos, el verano es donde de manera prioritaria mandan los cuerpos sobre las almas. Que algunos y algunas quieran detener el paso del tiempo a base de gimnasios, afeites y/o operaciones de cirugía estética es tan humano como estéril. Bien está buscar la belleza intemporal en cualquiera de las variantes que la “industria” te ofrece. Prepararse en las cercanías del verano para disimular la barriguita cervecera, o esos kilillos de más cogidos abriendo más de la cuenta el frigorífico, forman parte del noble y humano ejercicio de superación. Sentirse bien por dentro y por fuera, sin tener como inútil referencia a George Clooney o Angelina Jolie, forma parte inexcusable de la necesaria estética de la vida y las cosas. Siempre bajo el sacrosanto manto de la salud. No tengo ya claro si, a estas alturas de la vida, nosotros esperamos al verano o si es él quien nos espera a nosotros. Ves por las calles a las muchachas en flor con todo su deslumbrante esplendor y, desde tu atalaya de complaciente abuelo, añoras la época en que podías disputarles a otros -siempre en buena lid- el roce de sus manos y el maravilloso roneo de las miradas furtivas. Godot nos viene en verano ya tan solo para aconsejarnos que nos resguardemos del sol en las horas más tórridas y que, de manera obligatoria, nos bebamos dos litros de agua diaria. Que estemos ligeritos de ropa y cargados, eso si, con el equipaje de los veranos soñados de nuestra juventud.

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