Ahora, cuando me siento frente al ordenador, son las 8 de la mañana de un 30 de
septiembre. Estoy escuchando una magnifica interpretación del “Concierto de
Brandemburgo” de Johann Sebastian Bach. Es de esas mañanas que te levantas
extrañamente feliz. No te ha acontecido nada nuevo que te lleve al necesario
camino del gozo. Eso si, has descansado bien y, al menos, las noticias que te llegan
de tu entorno más querido no han empeorado de momento. Vivimos de sobresalto
en sobresalto y tenemos la sensación de que la felicidad hace tiempo que voló de
entre nuestras manos. Que duda cabe que si existe algo legitimo en la vida de un
ser humano es el loable intento de buscar la felicidad. Esta solo nos llegará por
medio de ráfagas ocasionales y las mismas las debemos saborear en toda su
intensidad. El ejercicio de vivir siempre será un compendio de luces y sombras.
Cada vida es un universo unipersonal donde se interiorizan gozos y penas. Me
contaba un amigo como en un Hospital se le entremezcló la tristeza y la alegría con
un intervalo de quince minutos: en la 2ª Planta falleció su padre y en la 4ª le nació
su primer nieto. La muerte y la vida separada por un cuarto de hora. Primero le
dijeron que había sido huérfano para después confirmarle que también era ya
abuelo. ¿Qué sentimiento ganó la batalla aquel día? Posiblemente ninguno y en
ellos quedaron reflejados cuanto de contradictorio tiene la existencia humana. Los
placeres que te acercan a la felicidad están enmarañados en la cotidianidad.
Tomar un café o una copa en buena compañía. Besar las cabecitas de tus nietos
con los dulces efluvios de “Nenuco”. Ser solidario, bondadoso y noble con quienes
te acompañan por estos mundos y mares de Dios. Cubrir gozoso la aventura de
vivir leyendo a García Márquez, Machado, Faulkner o Cernuda. Volar con la
música de Bach, Mozart o Paco de Lucía. Sentir tu alma palpitar con el quejío de
Caracol; la sapiencia cantaora de Mairena o la inigualable musicalidad de Vallejo.
Vibrar emocionado con el baile de Antonio Gades o Manuela Carrasco. Quedar
embrujado con la magia del Séptimo Arte en la maestría de Buñuel, Coppola,
Wilder o Capra. Sentir tu pie derecho enfundado en una negra sandalia pisar un
año más la rampa del Salvador. Tocar el talón del Señor rozando el filo de su
túnica. Verla a Ella, en toda su belleza, vestida de celeste según se entra a la
izquierda por San Nicolás. Son los pequeños placeres cotidianos que tratan de
secar en parte las lágrimas vertidas en este Valle de ídem. “Amar en tiempos
revueltos” se nos presenta tan necesario como soñar en tiempos de penuria. Nadie
escapa, tarde o temprano, al abrazo del fantasma de la soledad. Vivimos tiempos
compulsos y asfixiados por los problemas que marcan nuestras vidas. No debemos
-ni podemos- renunciar a nuestra necesaria cuota de felicidad. La vida es corta,
excesivamente corta, como para perderla buscando la imposible inmortalidad.
Pasan los años y con ellos pasaremos nosotros. Buscamos al bosque en su
conjunto, sin entender que un solo árbol puede darnos la fresca sombra que
necesitamos para vivir.
Hermoso, de verdad, pero ¡es tan difícil equilibrar la vida!. Hay días que son mágicos porque sí y uno siente por dentro que todo va bien. Pero luego están los otros, los que nos llenan de recuerdos tristes, de nostalgias, de desazón, y te sientes, como te leí antes, desubicado completamente.
ResponderEliminarBueno, te diré seguiré leyendo. Lo que escribes me llega al alma.