lunes, 8 de octubre de 2012

El fantasma de la soledad

“Estamos solos. Nacemos solos, vivimos solos y morimos solos. Tan solo el amor y la amistad consiguen, transitoriamente, que parezca que no lo estamos” - Orson Welles –

Es inevitable: el fantasma de la soledad, tarde o temprano, nos terminará atrapando. Será cuestión de tiempo que un día notemos que habitamos ya bajo la sombra del árbol de la soledad. El ser humano olvida, en no pocas ocasiones, rellenar su espacio interior priorizando lo banal y superficial. Lo exterior es una carga efímera que la vida se encargará de irnos despojando. Lo interior es intrínsicamente nuestro hasta el final de nuestros días. Tengo entre mis primeras películas de culto una dirigida por Fred Zinnemann (“Solo ante el peligro”). Gary Cooper se enfrenta a todo y a todos por defender ante si mismo un concepto de la decencia y la honradez: sus principios éticos. Está dispuesto a morir por no ver rebajado ni un centímetro su dignidad humana. Nadie está dispuesto a ayudarle pues viven prisioneros de sus prejuicios y esclavizados por su presente. Todos encuentran una excusa para no participar en esta noble, justa y desigual pelea. Se dicen para justificarse: “Él solo se lo ha buscado y que él se las arregle como pueda” (¿os suena esto como algo familiar en la actualidad?). La recordada Pilar Miró nos dejó para la posteridad una excelente película titulada “Gary Cooper que estás en los cielos”. En ella nos muestra la soledad del triunfador (triunfadora en este caso) en toda su crudeza. Una exitosa directora de televisión encarnada por la magnifica Mercedes Sampietro tiene que ser operada de urgencia. Tendrá tiempo de repasar su vida cargada de frustraciones y fracasos sentimentales. Se siente sola, angustiada y solo encuentra la figura de Gary Cooper como único asidero. Una de las letras más profundas y trágicas del Flamenco dice: “A quien le contaré yo / las fatiguitas que estoy pasando / se lo contaré a la tierra / cuando me estén enterrando” Soledad no es estar solo; soledad es cuando la luna se refleja en los arroyos y nadie se molesta en mirarla. En el Alfa y el Omega de la existencia humana es cuando la soledad alcanza toda su crudeza: lloran los niños y los viejos para no sentirse abandonados. Solos están toro y torero en el redondel de una plaza llena hasta la bandera. Solos están delantero y portero ante el lanzamiento de un penalti en un campo vociferante y abarrotado. Solo está el artista ante el vértigo del lienzo o el folio en blanco. Solas están las Dolorosas sevillanas con sus lágrimas de cristal pegadas a sus mejillas. Solos están cantaor y guitarrista cuando la Seguiriya los convoca con su trágica y ancestral pena amarga. Solo se quedan los campos andaluces cuando la noche extiende sobre ellos su manto negro. Solos estuvimos, estamos o estaremos. Si al final de nuestros días Dios no viene a rescatarnos, nuestra soledad ya lo será sin remisión. Soledad tiene nombre de mujer y de madre: “Que triste vas Soledad / que nadie te da consuelo / aunque sea por caridad”. Pero el hombre, aunque la esquiva de vez en cuando, siempre la tuvo a su lado: “Triste soledad la mía / que hasta mi sombra se aparta / por no hacerme compañía”.

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Es la primera vez que te leo, pero tu artículo me ha emocionado hasta las lágrimas. Precioso de verdad.

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