Es inevitable: el fantasma de la soledad, tarde o temprano, nos terminará
atrapando. Será cuestión de tiempo que un día notemos que habitamos ya bajo la
sombra del árbol de la soledad. El ser humano olvida, en no pocas ocasiones,
rellenar su espacio interior priorizando lo banal y superficial. Lo exterior es una
carga efímera que la vida se encargará de irnos despojando. Lo interior es
intrínsicamente nuestro hasta el final de nuestros días. Tengo entre mis primeras
películas de culto una dirigida por Fred Zinnemann (“Solo ante el peligro”). Gary
Cooper se enfrenta a todo y a todos por defender ante si mismo un concepto de la
decencia y la honradez: sus principios éticos. Está dispuesto a morir por no ver
rebajado ni un centímetro su dignidad humana. Nadie está dispuesto a ayudarle
pues viven prisioneros de sus prejuicios y esclavizados por su presente. Todos
encuentran una excusa para no participar en esta noble, justa y desigual pelea. Se
dicen para justificarse: “Él solo se lo ha buscado y que él se las arregle como
pueda” (¿os suena esto como algo familiar en la actualidad?). La recordada Pilar
Miró nos dejó para la posteridad una excelente película titulada “Gary Cooper
que estás en los cielos”. En ella nos muestra la soledad del triunfador (triunfadora
en este caso) en toda su crudeza. Una exitosa directora de televisión encarnada por
la magnifica Mercedes Sampietro tiene que ser operada de urgencia. Tendrá
tiempo de repasar su vida cargada de frustraciones y fracasos sentimentales. Se
siente sola, angustiada y solo encuentra la figura de Gary Cooper como único
asidero. Una de las letras más profundas y trágicas del Flamenco dice: “A quien
le contaré yo / las fatiguitas que estoy pasando / se lo contaré a la tierra / cuando me estén enterrando”
Soledad no es estar solo; soledad es cuando la luna se refleja en
los arroyos y nadie se molesta en mirarla. En el Alfa y el Omega de la existencia
humana es cuando la soledad alcanza toda su crudeza: lloran los niños y los viejos
para no sentirse abandonados. Solos están toro y torero en el redondel de una
plaza llena hasta la bandera. Solos están delantero y portero ante el lanzamiento
de un penalti en un campo vociferante y abarrotado. Solo está el artista ante el
vértigo del lienzo o el folio en blanco. Solas están las Dolorosas sevillanas con sus
lágrimas de cristal pegadas a sus mejillas. Solos están cantaor y guitarrista cuando
la Seguiriya los convoca con su trágica y ancestral pena amarga. Solo se quedan
los campos andaluces cuando la noche extiende sobre ellos su manto negro. Solos
estuvimos, estamos o estaremos. Si al final de nuestros días Dios no viene a
rescatarnos, nuestra soledad ya lo será sin remisión. Soledad tiene nombre de
mujer y de madre: “Que triste vas Soledad / que nadie te da consuelo / aunque sea
por caridad”. Pero el hombre, aunque la esquiva de vez en cuando, siempre la tuvo
a su lado: “Triste soledad la mía / que hasta mi sombra se aparta / por no hacerme
compañía”.
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ResponderEliminarEs la primera vez que te leo, pero tu artículo me ha emocionado hasta las lágrimas. Precioso de verdad.
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