Contamos cada día las cruces de penitencia que depositamos en las paredes encaladas de los pueblos andaluces. Federico tiembla ante lo inminente de su asesinato y su llanto de limones verdes propicia que la luna tenga un eterno cerco de pena y poesía. Se escucha a lo lejos los ecos de cantos gregorianos por los monjes del Monasterio Benedictino de Silos y Dios se expresa a través de la música. ¿Por qué será que a muchos andaluces todas las expresiones musicales que salen del alma nos suenan flamencas? Vivimos en un permanente recuento: la de los días perdidos y los sueños frustrados. Por tierras andaluzas, más que las horas, lo que de verdad pasan de largo son las ilusiones. Seguimos contando y recontando los meses a la espera de lo que nunca termina por llegarnos: los tiempos de bonanza. Difícil resulta disfrutar por estos lares el presente cuando el amanecer ya nos nace trastabillado. Huimos como podemos del pesimismo y algunos políticos se encargan de que nunca lo perdamos de vista. Andalucía siempre se nos presentó como un proyecto de futuro a largo plazo. Todo lo bueno siempre nos estará por llegar. Por aquí siempre se mezclaron la indolencia de los de abajo con la avaricia de los de arriba. Nuestros políticos actuales no son ni buenos ni malos son andaluces de pastiche. Dice nuestro Himno que “Los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos: hombres de luz, que a los hombres, almas de hombres le dimos”. ¿Qué es verdaderamente “lo que fuimos”? ¿Aparte de poesía, música, arte y miseria expresada en mano de obra barata, que más ha dado nuestra tierra a las almas de los hombres…andaluces? ¿Paro, analfabetismo, caciquismo, miseria, enchufismo…? Primero se vieron obligados a emigrar nuestros padres y ahora tendrán que hacerlo sus nietos: nuestros hijos. Nuestros jóvenes talentos se tienen que marchar fuera buscando lo que se les niega en su tierra: trabajo y oportunidades para desarrollarse. Andalucía en general y Sevilla en particular viven inmersas en una incertidumbre que nace y se pierde en los confines de los tiempos. ¿Tenemos en verdad lo que nos merecemos? Sinceramente creo que no. Nuestra Tierra, eso si, es tan hermosa como severamente castigada. Ayer en las manos inmisericorde de los caciques, hoy en la de unos políticos camuflados de falsos demócratas. Duele en el alma comprobar como han utilizado la bandera blanca y verde para expoliar cuanto se les ha puesto por delante. Los himnos y las banderas quedan vacíos de contenido cuando se utilizan para enmascarar la dura realidad de los pueblos. Han tardado ¡17 años! en formar una Comisión política para investigar los EREs y muchos de los requeridos se negaron a declarar. Dicen que están en su derecho de no hacerlo. Pues nada, habrá que indemnizarlos por las “molestias” causadas. ¿De donde saca un andaluz medianamente informado de lo que pasa su necesaria dosis de optimismo? Esto sinceramente cansa y de vez en cuando te planteas si merece la pena seguir luchando contra viento y marea. Desgraciadamente, vivimos todavía instalados en las dos Españas. Ellos y nosotros; nosotros y ellos como justificación de todos los males actuales. Puede que sean los efluvios de Noviembre pero hay días que entran ganas de pedir que paren y bajarse en el próximo puerto. No podemos hacerlo porque el barco sigue su incierta marcha y en él van embarcados nuestros hijos y nietos. Pero la verdad ejercer de andaluz –de sevillano no digamos- resulta demasiado duro y desconsolador. Es agotador y termina cansando cuerpo y alma.
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