José Luis Sampedro se nos configura como uno de los intelectuales más
lucidos que nos ha dado este sufrido y hermoso país. El pasado día uno de
febrero cumplió los noventa y cinco años de edad. Todo cuanto nos dice en el
terreno político, económico, social y cultural no debía de caer en saco roto
(cuando en un país tienen más predicamento Kiko Matamoros y Belén Esteban que
José Luis Sampedro o María Zambrano nada debía extrañarnos ya). Hace unos días
lo entrevistaron para un canal de televisión y escucharlo era un canto a la
esperanza y a la vida. Decía encontrarse
intelectualmente muy activo y lamentaba, eso si, los estragos que los años
habían ocasionado en su deteriorado cuerpo. Comentaba: “De mente me conservo
bien pero mi cuerpo, definitivamente, se me ha rebelado. No puedo evitar el
cagarme y mearme encima y tomo, para seguir adelante, no menos de doce
pastillas diarias”. Continuaba diciendo: “No puedo rendirme pues soy consciente
que a pesar de todo le hago mucha falta a mi mujer. Algunas veces me encuentro
muy cansado y esperando poner el punto y final a mis días en la tierra. Nada,
salvo mi mente, funciona en mi cuerpo como debía. No le temo para nada a la
muerte y tengo, eso si, una gran curiosidad intelectual por averiguar que me
aguarda después (suponiendo que haya un después). A ver en que queda la teoría del túnel y esa luz al final del
mismo”. Escucharlo, insisto, era un canto a la vida y a la esperanza. Animaba a
la gente joven a rebelarse pacíficamente contra todas las tropelías que los
políticos cometen contra ellos. Tenía fundadas esperanzas en el movimiento del
15-M y decía que la gente tiene que entender que existe vida civil al margen de
Partidos y Sindicatos. Este tipo de personas traspasan de manera natural la
frontera que separa a los intelectuales de los sabios. Todas sus vivencias y numerosas lecturas los
han llevado al campo de la reflexión y la duda existencial. Aborrecen todo atisbo de fundamentalismo por
su tremenda carga de irracionalidad. Nos hablan del más allá sin olvidarse para
nada del más acá. Ese túnel y esa luz que nos comentan aquellos que estuvieron
a punto de dejarnos no dejan de ser un supremo ejercicio de racionalidad
intelectual y/o espiritual. Puede que el
túnel no sea más que los últimos fogonazos de vida que emite nuestro cerebro al
desconectarse, y el resplandor las luces traseras del que va delante nuestra.
¿Quién puede saberlo y/o averiguarlo sin recorrerlo? José Luis Sampedro sueña, fundamentalmente,
ese momento desde su insaciable curiosidad intelectual. Otro lo harán apoyados
en la estela de su Fe. La existencia
humana está llena de interrogantes y el trance final ocupa un lugar preferente.
No debemos –o debíamos- tener miedo a la muerte (el ejercicio de vivir siempre
será lo más duro). Desapareceremos como
por arte de magia (venimos de la nada y puede que volvamos a la nada) o
flotaremos al reclamo de las aladas almas de las flores entre los almendros de
nata. Lo dice meridianamente claro la letra de un Fandango: “Yo no le temo a la muerte / que morirse es
natural / le temo a una mala lengua / y a una cruel enfermedad”.
De siempre me ha encantado este hombre y su forma de expresarse.
ResponderEliminarEs grandioso y por lo tanto una pena que se esté agotando como ser humano.
Saludos