“Montada en el tren
de la esperanza
Se dirigía nerviosa
y anhelante
A la Estación de los besos
perdidos”
La Ciudad amaneció con una envolvente fantasmal neblina
mañanera. Los visillos de la ventana recién abierta se bamboleaban con el
soniquete ventolero del nuevo día.
Parecía como si todo hubiera desaparecido como por arte de magia. Una Ciudad
fantasma llena de incógnitas por despejar. Nada era perceptible ahí fuera y la calle
parecía flotar envuelta en un halo de misterio. Una mañana gris es cualquier
cosa menos una mañana. María Luisa de la Herranz y Gómez-Uceda se alisaba el pelo sentada
a los pies de su cama aún caliente. Los
pies descalzos los tenía apoyados en una alfombrilla color turquesa a salvo del
frío mañanero. La mirada de sus hermosos
ojos verdes vislumbraba a través de la ventana una espesa y densa niebla. En la mesilla de noche reposaba, junto a unas
lentes y un vaso medio lleno de agua, “El cementerio de Praga” de Umberto Eco y
una pastilla de “Lorazepam”. En menos de
dos meses su vida había dado un giro de 180 grados. Sus hijos hacia un par de meses que habían
decidido emanciparse como hoy lo hacen en España los jóvenes con talento:
marchándose al extranjero. Su hijo Francisco Javier, después de un curso
acelerado, se marchó a Londres para trabajar de Ingeniero Informático en una
empresa de Alta Tecnología. Su hija Elena, por su parte, se fue con su novio a
Hamburgo contratada como profesora de Matemáticas en un Colegio Mayor de la bella Ciudad germana. Su esposo, don Mariano de la Santa Realización, se sentía
frustrado en lo personal e hizo lo que hacen los cincuentones para realizarse:
irse a vivir con una compañera de trabajo veinticinco años más joven que
él. Ahora, cuando el año 2013 aún tiene
una carga muy leve a sus espaldas, María Luisa de la Herranz y Gómez-Uceda se
había quedado más sola que la una. Tiene casa, trabajo, muy pocas amistades y
un loro que le regaló su “santo” esposo en un viaje a Panamá. Lejos quedaba en el tiempo el primer
encuentro con “su Mariano” en la
Facultad de Ciencias Empresariales y un ilusionante proyecto
de vida en común. Ahora su “Príncipe
azul” se le había escapado por la gatera y el cuento terminó como terminan
realmente los cuentos: los Príncipes (y sus cuñados) siempre se terminan convirtiendo
en ranas. Sus esplendidos cincuenta años
estaban pidiendo a voces un reguero de
besos compartidos y un enjambre de mundos por descubrir. Hoy, María Luisa de la Herranz y Gómez-Uceda, se
marcha destinada como funcionaria de Hacienda a la Villa y Corte española. Empieza una nueva vida donde intentará que
los recuerdos no sean un lastre insoportable.
Está pensativa sentada en su cama alisándose el pelo. “Se amarra el pelo, se amarra el pelo, con
una hebra de hilo negro”. Meditando sobre lo vivido y, lo más
importante, lo que aún le queda por vivir. Hoy, precisamente hoy, cogerá un AVE en la Estación de Santa Justa y
su vida volará en busca de nuevos horizontes. El ejercicio de vivir solo tiene
sentido cuando esperamos que lo verdaderamente bueno esté aún por llegar. Ella, tiene ahora una
sensación agridulce donde se confunden las victorias con las derrotas. Apostó
mucho en su relación de pareja y al final la dejaron compuesta y sin “Mariano”.
Cuando le enseñe a una azafata del Ave
su billete de ida a Madrid y sin retorno a su Ciudad volverá a ponerse en
marcha su cuenta-kilómetros sentimental.
La mañana empieza a despejarse lentamente mostrando con tibieza unos
tenues rayos de sol. “Mañanita de neblina
/ tardecita de paseo”, piensa para sus adentros. María Luisa de la Herranz y Gómez-Uceda se
levanta con parsimonia mientras esboza una leve sonrisa. Sabe que tiene una nueva oportunidad
existencial –posiblemente la última- y no está dispuesta a desaprovecharla. Se
va lejos en la distancia para recuperar la cercanía afectiva. Tiene una mezcla
de gozo e incertidumbre hacia lo que está por llegar. De momento vivirá en casa de una prima en el
Barrio de Lavapiés. Cerrará casa y vida para descubrir nuevos horizontes. Desde el salón el loro repite monocorde: ¡pajarillo…pajarillo! Pues eso, como cantaba Serrat:
“….pajarillo pardo en la carrera de San Bernardo”.
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