Hacia
tiempo, bastante tiempo, que no le veía. Puede que meses o quizás fuera un año.
No lo sabría concretar y puede que esto sea lo menos importante. Es un amigo
del alma oriundo de la Puerta
de la Carne,
versión “Callejón Dos Hermanas”. Otro paseante matutino de mi –nuestro- entorno
sentimental: Alfalfa, San Nicolás, Puerta de la Carne, Plaza del Salvador….
Sabía, eso si, que llevaba un par de años plantándole batalla a un cáncer
galopante que pretendía poner el punto y final a su existencia. Me lo tropecé -¿dónde si no?- por la calle
Candilejos y verlo me produjo una cierta sensación agridulce. Estaba
extremadamente desmejorado y, eso si, con su irrenunciable porte aristocrático.
Quien tuvo retuvo. Llevaba la cabeza cubierta con un sombrero marrón para
enmascarar la calvicie provocada por las sesiones de “quimio”. Nos fuimos cogidos del brazo como dos viejos
amigos a celebrar nuestro encuentro a “La Mina”. Una copa de Manzanilla y un “Canasta”
sirvieron para que habláramos pausadamente de lo que un día fuimos y, por
razones obvias, menos de lo que ahora somos.
Era el “guaperas” de nuestro grupo juvenil y nuestros ligues siempre
provenían de sus previos descartes. Dios
le proporcionó belleza, talento, carisma y saber-estar y con ese bagaje
resultaba prácticamente imposible competir con él en cuestión de amoríos. Nunca alardeó de sus numerosas conquistas y,
curiosamente, nunca nosotros le tuvimos algún atisbo de envidia. José Mari era
mucho José Mari y asumirlo así nos evitaba innecesarias confrontaciones.
Respetaba, eso si, a nuestras hermanas y eso siempre era digno de agradecer. Se
terminó casando con una hermosa hembra del Barrio del Arenal y se de buena
tinta que han sido muy felices. Ahora me
dice que se encuentra cansado, muy cansado, de sostener una lucha tan dura. Me
dijo textualmente: “Juanlu, esto es durísimo y me temo que no acabe en un final
feliz”. Me aclara que a pesar de todo lo
padecido no se encuentra en absoluto derrotado.
Baja (así decimos los que somos
de la Judería
y vivimos exiliados en la periferia: bajar) poco al Centro pues sus fuerzas no
se lo permiten. Acaba de terminar un periodo de sesiones y podrá recuperarse de
la tremenda paliza que las mismas le provocan.
Soy dos semana mayor que él y dada su profesión de Marino Mercante
durante algunos años no veíamos muy poco. A los pocos meses de jubilarse le
diagnosticaron un cáncer y tuvo que reciclarse en una especie de “Guerrero del
Antifaz”. Nazareno, como su difunto
padre, de San Bernardo se encomienda a la “del Refugio” para que las fuerzas no
le abandonen. Nos despedimos con un
fuerte abrazo, y con mis mejores deseos de que por mucho tiempo pueda –podamos-
decir ¡Presente! cuando cada 15 de
Agosto pase Lista la que sale muy de mañana por la “Puerta de Palos”. Vendrá al Centro siempre que sus fuerzas se
lo permitan y ojala que sean muchas las veces que los árboles de La Alfalfa lo vean pasar. Tener
fecha de caducidad a corto o medio plazo debe ser algo verdaderamente
deprimente. Sinceramente, y posiblemente
sea motivado por los años, estas situaciones me dejan muy tocados
sentimentalmente. Se me argumentará que es “Ley de vida” y que a ciertas edades
todos llevamos más de una “papeleta” en nuestro bolsillo. Lo dijo como nadie el Poeta de Orihuela:
¡Cuánto penar para morirse uno!
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