“El
sufrimiento y la corrupción golpean a la Santa
Sede.
El
Diablo trabaja sin descanso para ensuciar la Obra de Dios”
-
Benedicto XVI - (Sábado Día 23 / 02 /
2013)
El pasado 28 de febrero del 2013, cuando
el reloj principal del Vaticano marcó las 8 de la tarde dejó su pontificado el
Papa Benedicto XVI. Lo hizo tras renunciar
a su cargo y enlazar con la última renuncia que fue nada menos que en el Año
del Señor de 1415 (Gregorio XII). Hace
unos días anunció su retirada de manera sorpresiva, incluso para sus más íntimos
colaboradores y allegados. Justificó su marcha, con algo tan tremendamente
humano en una persona a punto de cumplir los 86 años de edad, como un escueto:
“Me voy por estar sin fuerzas y tremendamente cansado”. Se retira a un monasterio donde pueda cubrir
su última etapa terrenal orando, reflexionando, leyendo, escuchando música y
escribiendo (no es mala ecuación para cubrir nuestros últimos años. ¿Dónde
tengo que firmar?). Este sacerdote alemán al que sus biógrafos y críticos
coinciden en asignarle una más que excelente formación intelectual llegó al
papado casi a empujones eclesiásticos. Un Papa de transición para una etapa de
transición. Nunca tuvo como máxima aspiración la de ser Papa y fueron las
circunstancias del momento las que le obligaron a ello. Hacer en caliente un análisis de sus ocho años
de reinado papal se nos antoja una tarea tan arriesgada como precipitada. Clasificarlo
tan solo por temas puntuales (versus matrimonio entre homosexuales) es despojar
al análisis de su necesario ropaje de rigurosidad. Todo personaje histórico es
un compendio de luces y sombras y, en definitiva, es la Historia quien absuelve o
condena. En su haber queda el tener que enfrentarse
a problemas clericales de extrema gravedad (con los casos de pederastia a la
cabeza) y hacerlo sin cortapisas y por derecho. Cuando en España, en el mundo
de la política, estamos tan mal acostumbrados a que nunca dimita nadie, la
actitud de este anciano cansado y posiblemente hastiado de tantas intrigas
palaciegas es más que loable. La última etapa de Juan Pablo II arrastrando su
anciana decadencia por medio mundo se nos presentaba como algo absolutamente
patético. Ahora, y a partir de mañana,
empezará a funcionar la maquinaria burocrática del Vaticano. ¿Saldrá un Papa africano, americano, italiano
o incluso chino? Ellos sabrán y valorarán. Lo que resulta incuestionable es que
la actitud del Papa Benedicto ha marcado un antes y un después. Que los Papas
tengan que morir todos en activo es algo tan inhumano como irracional. La
Iglesia católica cuando se engancha a la Historia lo hace para pedir
perdón por sus errores y así poder recuperar el tiempo perdido. Estamos ya en la segunda década del Siglo XXI
y eso tiene también validez para la
Iglesia y su jerarquía.
Parece ser que estos días, a través de las “Redes in-sociales”, los
“francotiradores” de la intolerancia han descargado toda su artillería contra
la dimisión del Papa. Algunos seres “humanos” siempre han preferido, antes que
confrontar civilizadamente sus ideas con las de los demás, atacar feroz e
irracionalmente las del contrario. Evidentemente siempre desde el anonimato. Dios guarde en su merecido y productivo retiro
al Papa Benedicto (estará donde siempre quiso estar) y le conceda suerte y
clarividencia al que llegue para sustituirlo.
Hoy, sinceramente, no sabría concretar si ha sido un buen o mal
Papa. Corren malos tiempos –si es que
alguna vez fueron buenos- para los desheredados de la Tierra y bien haría el nuevo
Santo Padre en bajar con frecuencia del balcón de la Plaza de San Pedro para
estar con ellos. Ya son legión los
creyentes que actualmente no ejercen como tales, asqueados ante la complaciente
actitud con los poderosos de los que rigen los destinos de la Iglesia católica.
Corren malos tiempos para casi todo y
hoy, más que nunca, es imprescindible, además de predicar, dar trigo (o al
menos denunciar a los que desde la política saquean los graneros). Empieza un
nuevo periodo en la Iglesia
de Cristo y esperemos que sirva para no cargar aún más su pesado madero. “Habemus Papam” y que Dios reparta suerte y, a
ser posible, felicidad.
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