Tan solo
a través del mágico mundo del silencio se puede saborear en toda su plenitud la Cultura. El placer de leer,
escuchar música, ver cine o teatro e ir a exposiciones siempre será plenamente
disfrutable bajo el sacrosanto manto de la contemplación reflexiva y
silenciosa. La política, la noble y buena política, es todo lo contrario.
Resulta imprescindible que la misma, de manera corporativa, se fragüe en
palabras y se consolide en hechos concretos. Lo que resulta verdaderamente
lamentable es que la política española ni es noble ni tampoco es buena (más
bien todo lo contrario). Salvada la innecesaria aclaración de las bondades
cívicas de una verdadera Democracia y su necesaria consolidación a través de
los Partidos, estamos en condiciones de afirmar que en España la misma necesita
con urgencia una profunda regeneración (tanto de ideas como de personas y
comportamientos). Definitivamente
estamos instalados en la hipocresía: se dice lo que no se piensa y se piensa lo
que no se dice. Recuerdo cuando ya la
Crisis era más que inminente y demostrable como el Gobierno
del señor Zapatero se negaba de todas las formas posibles a nombrar la palabra
Crisis (de aquellos polvos vienen estos lodos).
Luego el Gobierno del señor Rajoy no estaba dispuesto, bajo ningún
concepto, a nombrar la palabra Rescate. En ambos casos se hizo un uso torticero
del lenguaje para no llamar a las cosas por su nombre. La Consejería de Vivienda
de Castilla-La Mancha dio instrucciones a sus delegaciones en 2012 de cómo enmascarar
la palabra desahucio: desalojo, alzamiento y pérdida o privación de vivienda.
Todo antes que nombrar desahucio que sonaba fatal. Don Cristóbal Montoro llamó
al incremento puro del IRPF: “Recargo temporal de solidaridad”. La palma –por ahora- se la lleva doña María
Dolores de Cospedal cuando al “Finiquito” (posiblemente el más famoso de
España) de Luis Barcenas lo llamó: “Simulación de indemnización en diferido”. Nuestra clase política no es que esté bajo
mínimos sino que su credibilidad sigue perdiendo enteros a pasos agigantados.
No es una apreciación subjetiva sino algo perfectamente verificable en las
últimas encuestas del CIS. El lenguaje
de los políticos españoles está pésimamente copiado de un genio del Cine como
fue Groucho Marx. Cervantes se remueve en su tumba ante el uso torticero y
ultrajante del lenguaje. Cada día nos
deparan una o varias barbaridades lingüísticas.
¿Qué leen nuestros políticos? ¿En que emplean su tiempo libre? ¿Quién o quienes devolverán a la política
española su necesaria dosis de decencia, nobleza y cultura? Posiblemente, como cantaba Bob Dylan, “la
respuesta está en el viento”.
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