¿Qué se puede escribir de Él que no haya
sido escrito ya? ¿Qué puede decirse que
no haya sido antes pronunciado? Se le ha
llamado: Señor de Sevilla, Cisquero, Dios de la Ciudad, Vecino Ilustre de
San Lorenzo, Dios proletario, Rey de reyes… Les fueron dedicadas las Saetas
flamencas más profundas que soñarse pueda.
Pusieron su nombre a la calle que, por llevar su nombre, es la calle de
las calles de la Ciudad. También a un Sanatorio donde
la maestría de la mejor medicina enlaza de manera armoniosa con la verdadera
caridad cristiana. Su rostro fue tallado en lapidas blancas para que Él
transporte a la eternidad a los ya eternamente ausentes. Pintado en azulejos de
zaguanes por las casa señoriales de su Barrio y en los pórticos de mansiones
aljarafeñas. En almanaques que presidían la decente austeridad de los “cuartos”
de los corrales de vecinos. En estampas que cuelgan laterales en los cabeceros
de las camas de los hospitales y en las mesitas de noche de las residencias
donde ancianas cubren pesarosas su último tramo existencial. En las grandes
fotos enmarcadas presidiendo los salones de los modestos pisos de la periferia.
En medallas colgadas al cuello de
mujeres que saben mejor que nadie donde pueden siempre encontrarlo. Fue citado en fandangos, coplas y sevillanas
de manera tan gozosa como certera. Motivo principal de sublimes poemas y
artículos pletóricos de honda sevillanía.
Pues, a pesar de todo, siempre existirá un nuevo impulso -cultural o
sentimental- para alabarlo y mostrarle de nuevo pleitesía. Son los recovecos del alma, donde siempre
tendremos para Él un hueco pendiente por rellenar. Recuerdo que cuando se programó
el “Vía-Crucis” y se barajaba (de Conde de Barajas) que imágenes debían
concurrir a este magno y discutido evento de manera unánime se decía: “el Gran
Poder y trece más”. Nadie, independiente
de su pertenencia cofradiera, se sentía ofendido por tan rotunda afirmación. ¿Qué
nombre más certero podemos poner para definir la devoción y la fe sevillana?
Pocas dudas abrigábamos ante el que siempre nos da abrigo: ¡Gran Poder! Él vio pasar a generaciones y generaciones de
sevillanos como un Farero que alumbra y guía infatigable a los barcos en la tempestad. Desde que un día Él arribó para quedarse eternamente
por San Lorenzo nunca sabremos quien sería la primera mujer sevillana que al
mirarlo a la cara le dijo: “Padre nuestro que estás en Sevilla”. ¿Quién fue el primer costalero que levantó el
faldón de su paso para meterse bajo sus plantas? ¿Quién sería el primer capataz que mirándole
a la cara lo paseó por las calles de la Ciudad?
¿Qué saetero le cantaría su primera Saeta? ¿Qué sevillano o sevillana tuvo el privilegio
de poder besar su divino talón por vez primera?
Esta es una historia interminable de amor entre el Hijo de Dios y la Ciudad y, las historias
interminables lo son por estar siempre pendiente de escribirse el próximo
capítulo. El mismo que un día escribirán
nuestros nietos. Pasaremos nosotros y pasarán
ellos, aves de paso en busca del paraíso soñado, pero otros vendrán y
propiciarán que el llavero sentimental de esta tierra sevillana esté siempre
colgado en la puerta de su visitada Basílica.
Él, solamente Él, tiene la llave que nos abrirá un día eternamente los
recovecos del alma. Una semana más y nos llegará el Domingo de los domingos
sevillanos. Añadamos cuatro gloriosos días de la semana a los que la Ciudad apellida Santo y se
volverá a levantar el telón de la
Madrugá sevillana. Él
saldrá a la calle y la Ciudad
se hará un Templo urbano donde un año más se repetirá la vieja letanía de
siglos de amor…”Padre nuestro que nos llega desde San Lorenzo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario