viernes, 5 de abril de 2013

¿Bajas Tú o subimos nosotros?




Hace unos días leía una serie de reflexiones que hacia en una entrevista el Premio Nobel de Medicina, Werner Arber. Entre otras cosas llenas de sensatez decía: “Todo en el Génesis aparece de forma lógica: después del planeta, las plantas, luego los animales –que ya tenían algo que comer- y, finalmente, el ser humano y todo el resto. Así fue la creación”. Los científicos hace ya mucho tiempo que al razonar sobre la existencia de Dios llegaron a dos conclusiones que se complementan: “Científicamente no podemos afirmar la existencia de Dios ni tampoco su no existencia”. Es decir: volvemos siempre al punto de partida del origen de todas las cosas. Creer o no creer he ahí la cuestión. Unos prefieren hacerlo desde la duda razonable; otros anclados en el fundamentalismo y otros, que parece ser son mayoría, colgando el traje de la Fe en el ropero de lo insustancial.  La vida y sus circunstancias le proporcionan al ser humano motivos más que sobrados para el descreimiento. Avatares personales, sociales y/o familiares desencadenan en las mentes lucidas una serie de interrogantes difíciles de despejar. ¿Cómo se le puede explicar a unos padres victimas del abatimiento que la muerte de su joven hijo se debe a los designios divinos?  ¿Quién permite que un usurero muera de viejo recontando el fruto de su rapiña mientras que una persona bondadosa entrega la suya en plena juventud?  Serían muchas las preguntas a las que la racionalidad no encuentra respuestas.  Sin embargo soy de los convencidos de que el ser humano cuando pierde la Fe es un barco a la deriva. Quien nunca la tuvo posiblemente se encuentre cómodamente instalado al margen de la duda existencial.  Conozco casos de personas a los que la vida ha golpeado de manera inmisericorde y, sin embargo, se agarran a su Fe como a un clavo ardiendo.  Otros, que viven instalados en la permanente bonanza, dudan hasta del sol de la amanecida. Al final, no nos engañemos, el ser humano se dignifica o envilece a través de su comportamiento. La bondad siempre, invariablemente siempre, debe –o debería- prevalecer sobre la Fe. Si además ambas se complementan pues miel sobre hojuelas. Los seres humanos nacemos como fruto de un proceso bioquímico entre un hombre y una mujer. Luego aparecerán en nuestras vidas elementos genéticos, educativos y/o personales que determinarán en parte nuestro comportamiento de seres humanos. Después se nos aparecerá una figura llamada libre albedrío que a la postre configurará en que lado de la balanza nos situamos: el de la maldad o el de la bondad.  Conozco casos de personas criadas y educadas en un ambiente placentero y bondadoso y que han terminado por configurarse en canallas integrales. Justamente ocurre algunas veces en sentido contrario.  A lo largo de nuestra vida la Fe es un boomerang que sale de nosotros para que Dios nos lo devuelva de nuevo.  Pedimos ayuda a los Cielos –por medio de las Imágenes- para que el miedo, la angustia existencial, los tristes avatares y el infortunio pasen de largo por nuestra casa.  Más de una vez y fruto de la desesperación miramos al Cielo clamando: ¿Bajas Tú o subimos nosotros?

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