Decir que a la largo de mi vida he leído mucho es una verdad
incuestionable, pero decir que podía haber leído muchísimo más lo es aún más.
Por una serie de razones reconozco sin ambages que mi etapa de “ardores
guerreros” ceutí fue de las más prolíficas en mi ya larga carrera de apasionado
lector. Con los años la lectura se nos
aparece más pausada y liberada -¡al fin!- de la apasionante –pero atropellada-
etapa juvenil. He acumulado a lo largo
de los años una numerosa y apasionante biblioteca (tan solo de temas flamencos
deben rondar los 500 ejemplares) y confieso con cierta vergüenza que son muchos
los pendientes de lectura. Aquellos libros que me queden y no pueda meterles el
ojo espero que otros lo hagan por mí. Dada
mi incorregible condición-vocación franciscana los libros prestados -y no
devueltos- deben sumar algunos cientos (no exagero en absoluto). Es muy difícil
que cuando visito cada jueves el Mercadillo no vuelva con algún libro bajo el
brazo. Además de estar pendientes de las ofertas de los Kioscos de Prensa,
recibo algunos libros de Editoriales amigas y suelo comprar alguno nuevo cada
mes. Reconozco que me siento bastante cómodo en mi “cueva” rodeado de libros
por todas partes. Los libros, incluso en las estanterías, están vivos y
ansiando el roce de una mano amiga. Solo
tengo perfectamente clasificados los de Flamenco y aquellos que tienen relación
con Sevilla. Los de Literatura, Historia, Filosofía y Sociología están
diseminados por doquier y encontrar alguno se convierte –a veces- en una
aventura. Antes era capaz de leer y a la par escuchar la radio. Ahora solo
puedo hacerlo escuchando de fondo música clásica. Sinceramente, mi vida cultural la cubro
plenamente alternando música, lectura, teatro y cine (a la “Caja tonta” que le
vayan dando por…). Todo este gratuito ejercicio de “erudición” viene a cuento
para contrarrestar la teoría de que poco o nada podemos hacer para cambiar
nuestro destino. Más que adquirir
Cultura –que también- creo que lo importante es tener inquietudes por
desarrollar. Lo cotidiano se nos presenta asfixiante por su propia naturaleza.
Trabajo, estudios, familias, obligaciones, deudas, compromisos,
convencionalismos… son una parte sustancial e ineludible de nuestra existencia.
Tan solo la Cultura
puede liberarnos a través de la emoción, la reflexión y la belleza del
monocorde mundo en que nos desenvolvemos. Vivir nuevas vidas por medio de lo
verdaderamente culto se nos hace imprescindible para que todo esto tenga
sentido. Recuerdo, hace años, a un
indigente que pedía en la puerta de la Iglesia de Santa María la Blanca (antes de la
restauración) que siempre tenía un libro en las manos. Cuando se metía en la
lectura seguro que su penosa situación personal pasaba a un segunda plano.
Volaba con la libertad de los pájaros y esta libertad se la debía al inmenso
placer de la lectura.
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