Sevilla es una ciudad donde el tiempo
siempre se ha tomado a sorbos. No hay prisas ni asunto urgente que impidan
charlar un buen rato con un amigo y una copa de por medio. Te encuentras a alguien de afectos compartidos
y cuando lleva una hora de “cháchara” contigo se acuerda de repente que lo está
esperando alguien en algún sitio. Puede que, desgraciadamente, las cosas estén
cambiando. Recuerdo, hace ya algunos
años, cuando la gente empleaba su tiempo libre en “perderlo” haciendo aquello
que le reportaba felicidad. Las mujeres en verano sentadas al fresquito en las
puertas de las casas hablando de sus cosas (¡que hermosa manera de perder el
tiempo atrapándolo para siempre!). Los
hombres en las tabernas hablando de las suyas.
Los niños jugando a ser niños en las plazuelas haciendo de las
suyas. Todo perfectamente equilibrado
para que los psiquiatras se llevaran todo el día viendo, desde sus ventanas,
pasar a la gente por la calle. Hoy, desgraciadamente para sus pacientes, tienen
las agendas repletas. Sevilla en esos menesteres de convivencia siempre fue
Madre y Maestra. Una botella de mosto
para los hombres, “Pesicolas” para los niños, avellanas, aceitunas zapateras,
un tomate con sal, una charla amigable y el mágico círculo tabernario estaba
totalmente cerrado. En aquella época las mujeres no pasaban ni por las puertas
de las tabernas y nos mandaban a los niños para dar los recados a los padres.
Recuerdo cuando de niño me mandaban a la Freiduría de la Puerta la Carne por pescao frito (prioritariamente
“pedacitos”). Me tomaba mi tiempo a la vuelta para poder coger una presita de
“pedacito”, pero aquello quemaba más que tos sus muertos. Mi madre, que de tonta no tenía un pelo,
cuando me veía llegar soplándome los dedos me decía: ¿Qué pasa, quemaba mucho? Como
se trataba de que el pescao llegara calentito a mi casa el tiempo corría en mi
contra. Estas cosas enmarañadas
amorosamente por la Ciudad
son ejemplos paradigmáticos del valor del tiempo. Sevilla no se hizo para la prisa y el tiempo
siempre se bebió a sorbos. Me consta,
porque los frecuento, que existen todavía sitios en la Ciudad donde las horas se
miden por momentos y nunca por minutos. No todo está perdido y mantener a cal y
canto estos reductos donde la prisa ni está ni se le espera es fundamental. Los aprovecho para saborear intensamente algo
que siempre definió a esta Ciudad: la ralentización del tiempo. Sevilla es única por varias razones y no
siempre por elementos positivos. Aquí
sus habitantes, incluso en las condiciones más perversas, fueron capaces de
exprimir el zumo de la vida. Una charla
pausada entre amigos; una cerveza o una copa de vino y un habitáculo sin
televisión, para vivir nuestra vida y no la que nos quieran imponer. Disfrutar
el tiempo en los momentos de ocio caminando imperturbables en busca de los
momentos de felicidad. Al final todos
seremos pasto del…olvido.
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