La calle desprende olores a tierra mojada recién regada. La mañana
descorrió su cortina de mayo para mostrarnos sin reservas la luz de la
amanecida. A lo lejos un gallo nos anuncia que comienza un nuevo día. Huele a
pan recién hecho y a humeantes calentitos. El rocío mañanero de las flores
gotea lentamente sobre los secos campos andaluces. Asoman por las ventanas sus
inquietas cabezas los perros con posada y amo. Los gatos se acurrucan en los
tejados al calor del incipiente sol de la mañana. La luna es ya tan solo un
cerco que se aleja exhausta de amores compartidos. Los amantes se acurrucan
gozosos en las sabanas de seda. El campo se despereza lentamente para
mostrarnos sin fisuras la obra del Dios Padre. Los viejos abren los ojos
agradeciendo el nuevo día que se les concede. Dos adolescentes caminan cogidos
de la mano ebrios de noche y besos. Un niño duerme placidamente en su cuna
amparado por la cercanía protectora de su madre. Alguien en la calle le da los
“Buenos días” a un desconocido que en ese momento deja de serlo. Los gorriones
saltan juguetones por los cordeles de los patios. La ropa tendida se bambolea
para sacudirse el relente de la madrugada. Juan Ramón acaricia pausadamente la
cabeza de “Platero” y Dios se siente complacido ante la unión de la poesía con
la bondad y la naturaleza. Suenan los clarines del alba por los pueblos
andaluces y la vida cobra todo su noble significado. Un niño sueña con ser
torero y un torero sueña con ser niño. Bebe un gorrión el agua de una maceta
recién regada y nosotros, con él, bebemos el néctar de los amaneceres de mayo. Todo
está por estrenarse y todo por gastar de nuevo. Comienza un nuevo día y nosotros
también comenzamos otro momento de nuestro periplo existencial. Amanece que
según dicen… no es poco.
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