Dicen que rectificar es de sabios; que
equivocarse es humano y, que cuando las cosas son manifiestamente mejorables enmendarse
es una decisión sana e inteligente. El ser humano viene predestinado a
perseguir tres metas inalcanzables, pero que le dan sentido a su existencia:
buscar la felicidad, el equilibrio y la perfección. Pararse de vez en cuando, haciendo un
análisis objetivo y reflexivo de cómo nos van las cosas y que podemos hacer
para mejorarlas nunca nos vendrá mal. Las circunstancias de cada uno siempre
terminan imponiendo su férreo dominio y acaban construyéndonos una personalidad
ajena a nuestros propios intereses. Lo profesional, lo laboral, lo familiar, lo
personal, lo amoroso…son partes de un todo donde en no pocas ocasiones te
sientes un barco a la deriva. Cada ser humano es indivisible y su verdadera
potencialidad siempre será un enigma por despejar. La vida hay que pelearla en todos su frentes
sin obviar nunca la batalla que siempre libramos con –o contra- nuestro
interior. Unas personas nos ayudaron a
crecer y nos educaron embarcados en los buenos principios. Pero a todas las aves les llega un momento en
que tienen que emprender su vuelo sin más ayuda que el viento. Para los creyentes Dios nos proporciona el
libre albedrío, y de nosotros dependerá el uso que hagamos del mismo. No debe
importarnos tanto el tener la sensación de haber perdido mucho tiempo (eso ya
es irrecuperable) como saber administrar racionalmente el que nos quede. Una parte considerable de nuestras vidas no
nos pertenece y la misma está sujeta a obligaciones y responsabilidades
contraídas. ¿Pero debemos por ello “enterrarnos” en vida? Todos tratamos, inútilmente, de encontrar la
felicidad buscando la inmortalidad y el que se nos quiera y recuerde
eternamente. Vano intento, aunque loable y humano. La filosofía no tiene finalidad más noble y
determinante que enfrentar dialécticamente al ser humano consigo mismo.
Promover la reflexión para que termine actuando con sus propios criterios y no
por aquellos que les llegan impuestos por los demás. En este país la Educación (salvo en la
fructífera y cercenada –políticamente- etapa de la “Institución Libre de
Enseñanza” durante la II República)
siempre ha estado bajo mínimos y condicionada por espurios códigos morales,
sociales y religiosos. Nunca interesó
formar, desde un racional proceso educativo, a personas libres, responsables,
bondadosas y solidarias. Hoy, más que
nunca, es imprescindible leer lo mismo a Antonio Gramsci (un marxista) que a
San Juan de la Cruz
(un místico). La verdad nunca discurrió
por una sola vereda. Nuestra naturaleza nos hizo complejos y de nosotros
depende encauzar y despejar nuestras complejidades. Sin un verdadero basamento los propósitos de
enmienda siempre serán “un brindis al sol”.
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