“Mi única ambición ahora es morir
como un río en la mar. Ya noto la sal”
(Comentario privado de José Luis
Sampedro a
Luis María Anson, con el que compartió
cuarenta años de amistad).
Me duele reconocer que muchos días me acuesto sin llenar mi “zurrón” de
cosas vividas que considere de cierto calado vivencial. En definitiva: algo
interesante que llevarme al corazón y al intelecto. El “personal” anda algo
“amembrillado” y con pocas ganas de penetrar de verdad en el asfixiante clima
que nos rodea. España (que por cierto se trata de un país y no de una “marca”
como dicen algunos Ministros) está atravesando una larga travesía en el
desierto donde lo cotidiano para muchísimas familias se ha convertido en una
dura lucha por la supervivencia. Estamos ante un país inquieto, muy inquieto,
pero sin inquietudes. Decirle a quien lo ha perdido todo que siga teniendo
paciencia pues al final (¿) todo se terminará arreglando, no deja de ser un
supremo ejercicio de cinismo. El problema no es solo el desapego de la gente
hacia toda la clase política en su conjunto y también a los sindicatos, sino el
descrédito que “gozan” ante los ciudadanos instituciones que son pilares
fundamentales para un sistema democrático. La Sociedad Civil se está armando
al margen de Partidos y Sindicatos y esto nos traerá unas consecuencias
imprevisibles. Creo firmemente en la Democracia y en sus pilares básicos que son los
Partidos, los Sindicatos y las Organizaciones Sociales. Temas como el del “Escrache”
con el que mantengo una oposición frontal (existen líneas que no deben ser
traspasadas) pueden no ser más que un adelanto de lo que se nos viene encima. ¿Podemos
pensar que estamos ante unos brotes de un posible estallido social? Es
absolutamente legítimo que cuando nuestros “representantes” solo se representan
a ellos mismos se busquen salidas cívicas y democráticas a la durísima realidad
imperante. Pero a pesar de todo siempre debemos buscar resquicios para la
esperanza. De esta Crisis, cuyo final no se vislumbra en el horizonte,
saldremos reforzados. Con la misma han
aflorado conceptos que como la solidaridad y los valores éticos teníamos
arrumbados en el baúl de los recuerdos. La Democracia cuando la
reducimos a depositar un voto -cada cierto tiempo- en una urna pierde todo su
valor. Hemos ajustado nuestra felicidad al estricto campo de las pertenencias y
ahora andamos dando tumbos por los mercadillos. Ser felices se nos configura
como una necesidad vital y es lo único que le da pleno sentido a la existencia
humana. Es obvio que todavía nos esperan
unos años extremadamente difíciles. Pero ahora es cuando debe producirse un
rearme moral de la sociedad. Hemos visto
evaporarse la pomposamente llamada “Sociedad del bienestar” y ahora nuestra
valía esta fuertemente condicionada por nuestra capacidad de sentir, soñar y
actuar. Nos recordarán por lo dimos y no por lo que juntamos. A pesar de los
pesares podemos afirmar que la vida es bella. Es lo único que tenemos y
malgastarla en divagaciones superfluas es hacernos un flaco favor a nosotros
mismos.
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