Reconozco, con el paso de los años, que se me han quedado dos
asignaturas pendientes y ya con pocas perspectivas de solución. La primera
haber aprendido y desarrollado en profundidad la lengua de don William Shakespeare.
Otra tener mi maleta de viaje llena de pegatinas de diversos países. Sobre el
inglés las veces que lo he intentado –incluyendo de joven el Instituto
Británico- me ha faltado voluntad para avanzar hacia niveles primarios. Los
viajes casi siempre los he desarrollado a través del Cine y la Literatura, pues mi
insobornable condición de sedentario sevillano (no confundir con inmovilista)
siempre me han frenado los ímpetus viajeros. Me encuentro muy cómodo en el día
a día con mis cosas a mano y en perfecto orden de revista (enseres, ropa,
utensilios, discos, dvds y libros). El inglés todavía no lo descarto del todo
aunque primero me tendría que poner al día en Gramática Española (¿se sigue
llamando todavía así?). Antes de rendirle cuenta al de la “Larga Barba Blanca”
me gustaría llevarme una semana en Florencia, asistir al Concierto de Año Nuevo
en Viena y también ver un partido de fútbol en Old Trafford. Curiosamente estas
visitas serían factibles. Para la odisea renacentista italiana sería cuestión
de proponérmelo a medio plazo. La visita al campo del Manchester podría hacerla
a través de mi primo Vitín que lleva cuarenta años viviendo en Inglaterra (allí
trabaja en Londres como asesor histórico para la firma Sotheby´s). Pero estoy
seguro que como me ha pasado siempre al final la indolencia y la neurosis
sedentaria ganarán la partida. Me gusta hacer visitas cortas a algunas ciudades
andaluza, preferentemente si se trata de Cádiz, el Puerto de Santa María,
Córdoba o Granada (aquí mi cuerpo y mi alma se pierden por sus laberintos).
Madrid, donde he viajado con frecuencia por cuestiones profesionales, me gusta
fundamentalmente de noche cuando los coches duermen y reposan el sueño de los
garajes. Otras de mis debilidades es viajar por tierras castellanas con las
memorables Zamora, Toledo y Salamanca a la cabeza. En Cataluña estuve tres
meses y, realmente, resulta esplendorosa en todos los sentidos. España es de
una belleza y variedad de tal dimensión que cualquier país queda empequeñecido
en términos comparativos. No es una “pavoneo” patriótico sino algo artístico,
cultural y geográficamente demostrable. Siempre he procurado conocer las
ciudades a través de sus grandes escritores o cineastas. La Roma inmortal de Alberto
Moravia o Federico Fellini. La
Praga de Franz Kafka. El Lisboa eterno, profundo y señorial
descrito magistralmente por Fernando Pessoa. Un Cádiz luminoso y popular a
través del recordado Fernando Quiñones. El Madrid mundano, variopinto y
complejo visto por la talentosa pluma de Pío Barojas. El Manhattan universal sacado
de la lámpara neoyorkina por el genio Woody Allen. La Sevilla de Cernuda, Romero
Murube o Chaves Nogales. Muchos ejemplos
realmente conmovedores de visitas turísticas desarrolladas gozosamente a través
del Cine o la
Literatura. Afortunadamente la nueva generación de españoles
conjugan ilustración y viajes a partes iguales (nuestros políticos han
propiciado que muchos de estos viajes tengan como finalidad huir del paro).
Quien no conoce no vive. Vivir es experimentar en profundidad todo cuanto la
vida nos ofrece.
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