viernes, 19 de julio de 2013

El Círculo crepuscular





Cuando dos maravillosos “enanos” se dirigen a ti llamándote abuelo; te desplazas por la Ciudad con un bono-bus de la Tercera Edad y te han operado el ojo derecho de catarata pocas dudas existen que has iniciado tu Círculo crepuscular. El día que una bondadosa muchacha te ceda su asiento en el autobús estarás ya irremediablemente perdido. Tendrás fecha de caducidad existencial.  Hace ya algunos años hice un pacto con el Diablo. Me comprometía -a pesar de los sufrimientos- a permanecer como bético irreductible toda mi vida. Él me garantizaba a cambio que mi decadencia física e intelectual sería lo más lenta posible. Pero creo que este representante del azufre no se fía mucho de mí. Me ve merodear mucho por San Lorenzo, San Nicolás y el Salvador y no tiene muy claro que mi alma le pertenezca.  Esa es la gran diferencia: al Diablo lo podemos engañar pero a Dios es imposible. Vamos cumpliendo años casi sin darnos cuenta y reflejamos nuestra decadencia cuando nos tropezamos con la de los demás. Reconozco sin complejos que intento mentalizarme para algo que en absoluto lo estoy: el Círculo crepuscular.  Comprendo que es Ley de Vida pero que bonita sería la vida sin tantas leyes. Afortunadamente todo funciona en clave compensatoria y ver crecer a tus nietos no tiene precio. Luego está algo que no tengo muy claro: la sabiduría que dan los años. El lerdo insustancial de joven será un lerdo insustancial de viejo y los escogidos para la eterna juventud lo serán de por vida. Los viejos rockeros nunca mueren pero también envejecen. Como diría Serrat: puestos a morir…”la boca abierto al calor, como lagartos medio ocultos tras un sombrero de esparto”.  ¡Ufff...! Me llega mi Círculo crepuscular y yo con estos pelos. ¿Dónde cojones habré puesto el peine?

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