Nos conmueve tu dolor por
solidario
y aristas de orfandad son tus
espinas.
Sevilla teje las cuentas de un
rosario
con tu tunica morá por las
esquinas.
Si asumimos que Sevilla es una hermosa y dolorida dama pocas dudas cabrían
que su cara sería la de la Macarena. La
Esperanza, siempre la
Esperanza, como último reducto ante el que poder agarrarnos.
Una tabla de salvación que al final nos lleve a un puerto donde impere el
sosiego y la calma. La felicidad se fraguó siempre en Sevilla unida a la Esperanza. Flechas
de amor disparadas dulcemente por el Arco de los arcos sevillanos. Cara y
rostro al sevillano modo. El rostro de la Ciudad al que contemplamos para que al mirarlo
nos sintamos menos solos y desprotegidos mora y pasa consulta en San Lorenzo. El
dolor paliado y aliviado a través de la solidaridad. El Señor de Sevilla desde
hace muchos siglos nos da a los sevillanos una lección diaria de comprensión y empatía.
Si es bien cierto que todos los caminos nos llevan a Roma no lo es menos que en
Sevilla siempre nos llevarán a la
Plaza de San Lorenzo. Vamos y venimos; venimos y vamos
mientras la vida nos lleva y trae cogida a nuestra mano. Un día le escuché una
frase a un viejo anarquista verdaderamente lapidaria: “Yo no creo ni en Dios ni
en los curas pero si Dios tiene un Hijo sin duda que será el Gran Poder”. En
definitiva: un ejercicio vital de sevillanía. Por mucho que se haya escrito o
dicho sobre el Gran Poder siempre existirá un nuevo hueco sentimental por
cubrir. ¿Alguien se imagina la
Ciudad sin el Señor?
¿Puede ubicarse al Gran Poder en un sitio que no fuera Sevilla? Es el rostro del dolor y el epicentro de los
sentimientos más nobles de muchos corazones sevillano. Hace siglos que comenzó la Historia interminable de
este romance entre el Hijo de Dios y la Ciudad. Perdurará
en el tiempo prendido en las alas de los vencejos por la Plaza de San Lorenzo.
Proporciona consuelo a través del dolor compartido. Es el rostro más compasivo
en una Ciudad que se eterniza a través de sus ritos y tradiciones más nobles.
Nunca un rostro dijo tanto con tan pocas palabras. El rostro del dolor que
atiende solicito y sin pausa en los aledaños de San Juan de Acre.
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