“Quién nunca tiene miedo
no es un valiente: es un
insensato.
Valor consiste en asumir el miedo
y luchar para poder superarlo”.
Recuerdo hace tiempo una entrevista que le hicieron (creo que fue en
TV3) al entrenador del Barcelona, Tito Vilanova. Comentaba como le habían detectado el cáncer
que padecía y como tuvo que afrontarlo.
Le hicieron unos análisis dentro de un chequeo rutinario y los médicos
vieron algo que consideraban anormal. Se los repiten de manera ya más pormenorizada
y el resultado no dejaba lugar a dudas: tenía un cáncer. Dice que salió a la
calle aturdido todavía por la noticia y a la espera de que los médicos
desarrollaran el diagnóstico y su posterior tratamiento. Era hora punta en
Barcelona y la calle estaba repleta de gente. Comenta Tito que caminaba como un
zombi entre la multitud y, ante tantas personas, se preguntaba porqué le había
tocado a él y no a otro de los transeúntes con los que se cruzaba. Esto es tan
legitimo como humano. Ante una cuestión de cierta gravedad siempre solemos
pensar: ¡Dios, mío porqué me ha pasado esto a mí! (y no a otro podríamos
añadir). Un hombre joven y con un futuro esplendido como Tito Vilanova se ha
tenido que enfrentar desde entonces a la dura batalla contra el cáncer (afortunadamente,
y gracias a los avances científicos, el número de personas que hoy sobreviven
al cáncer es muy alto). Vivimos inmersos en un cúmulo de circunstancias que, en
bastantes ocasiones, son ajenas a nuestra propia determinación. Dios o el
destino juegan a la ruleta rusa con nosotros sin que podamos saber si la bala
está destinada a nuestra cabeza (o a la de cualquier otro). Los seres humanos se humanizan a través del
miedo a lo desconocido y se crecen cuando comprenden que la adversidad siempre
será el enemigo a batir. Conocemos casos muy dolorosos acaecidos en nuestro
entorno más cercano a los que siempre ponemos la apostilla de: “No se merece lo
que le ha pasado” o bien “Le podía haber ocurrido a algún canalla de los muchos
que andan suelto”. Pero, la ruleta rusa
no entiende de bondades y merecimientos. Si hace solo ¡clic! te salvas; si hace
¡band! ya estas jodido. Nadie puede vaticinar el infortunio y es mejor saborear
cuanto la vida, en el día a día, nos ofrece. Quien vive llevando sobre sus hombros
la incertidumbre termina por no vivir. Al final todos terminaremos abatidos por
la ruleta rusa. No merece la penar preocuparse por lo inevitable.
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