Los habitantes de la bella ciudad alemana de Hamburgo nunca tuvieron
claro si se trataba de un hecho
histórico o de una leyenda urbana. Tomando una copa en “La Mina” me la contó un día mi
amigo Peter, un alemán que se quedó a vivir en Sevilla después de la Expo del 92 atrapado por el
duende del Flamenco y la magia de la Ciudad.
Dicen que a los pocos
años de terminar la II Guerra
Mundial apareció por las noches del puerto de Hamburgo un misterioso personaje
que se dedicaba a barrer las calles. Llegaba cuando morían las luces de la
tarde y se marchaba con las primeras claritas del día. Su cuerpo lo cubría con
un largo abrigo de cuero, unas botas altas y un sombrero encasquetado hasta las
cejas. Llegaba acompañado de un enorme perro negro al que dejaba amarrado en un
desvencijado barquillo del muelle. Barría concienzudamente las calles con una
gran escoba de rafia y apilaba la basura recogida en la esquina de cada calle.
Los días de nieve cambiaba la escoba por una pala que rechinaba en el suelo
como los dientes del diablo en las noches de frío. Nunca hablaba con nadie y
parecía un espectro nocturno salido de las tinieblas. Unos decían que se
trataba de un dirigente de la
Gestapo que trataba de expiar su macabro pasado. Para otros
era un multimillonario holandés que arruinó su dinero en el juego y su corazón
apostando en falso por una bella alemana. Algunos decían que no era más que un
pobre desquiciado que unió su destino al barrido de las calles. Cada mañana
recogía a su perro y se marchaba lentamente con su escoba al hombro hasta
perderse entre la bruma por los confines del puerto. Su leyenda corría de boca
en boca por bares y mercados y a los niños en días rebeldes se les amenazaba
con el barrendero del puerto. Este personaje solo se permitía un gesto de
sociabilidad y era cuando los barcos tocaban su sirena a la llegada y salida
del puerto. Entonces el barrendero levantaba la escoba en señal de recibimiento
y despedida. Un día despareció como por arte de magia. No volvieron a verlo por
las calles del puerto y se empezó a cimentar una leyenda: la del barrendero de
Hamburgo. Unos decían haberlo visto arrojarse al mar con su perro y otros haber
contemplado su abrigo, su sombrero, su
escoba y la correa de su perro colgados en las ramas de un árbol cercano. Lo
cierto es que se fue de la misma misteriosa manera con la que había llegado.
Dicen los vigilantes del puerto que en noches de luna llena su fantasma se
aparece barriendo entre las brumas de la noche. Historia o leyenda que los
abuelos de Hamburgo les siguen contando a sus nietos en las largas tardes-noches
invernales. Realidad o ficción: todo sirve –y es necesario- para la aventura de
vivir. El barrendero, el fantasmal barrendero de Hamburgo.
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