Sevilla, posiblemente como cualquier otra ciudad, se define a través de
una serie de calificativos más o menos acertados. Lo de invicta, heroica, leal
y mariana está bien pero, ¿dónde dejamos el temple? En Sevilla el tiempo
siempre transcurrió arropado por la templanza. Se manifestó como una Soleá
alfarera de Paco Taranto, un regate de Luis Del Sol o Pepillo y un toreo
templado de capa de Morante. En el transcurrir de su Semana Santa las prisas
solo se encuentran en el palpitar de los inquietos corazones. La Feria se desarrolla como si
la caseta fuera una sacristía de lo lúdico sin final en el tiempo. El Fútbol en
Sevilla se enhebra confundido entre ¡oles! maestrantes y goles de ensueño. Las
tabernas son capillas sixtinas donde nada es verdad ni es mentira, sino según
el color del cristal (vaso) donde se mira. Las tertulias de mujeres sentadas al
fresco en las noches de verano eran un canto al sosiego. Los tiempos cambian la
vida de la gente a ritmo vertiginoso. Ganamos, a que dudarlo, en confort y
comodidad pero también perdemos nuestra alma sosegada en la carrera. Hoy todo
discurre a una velocidad de vértigo y perder algo de nuestro tiempo en lo que
realmente nos gusta es pecado de lesa humanidad. Nos quemamos los labios con el
primer café mañanero y pedimos la segunda cerveza cuando la primera aún la
tenemos por la mitad. La familia, el trabajo (o el tiempo necesario para
buscarlo), los compromisos y las ocupaciones corporativas han hecho de nosotros
marionetas dando vueltas en la noria de la vida. Leemos los libros pasando las
páginas de dos en dos y escuchamos la música sin permitir que esta nos atrape
amorosamente. Hoy estar sumamente atareado es sinónimo de persona importante. Si
alguien trata de explicarnos algo de interés hablamos por encima de sus
palabras. Si nos adelantan una exclusiva diremos que ya la sabíamos o que la
presentíamos. Somos un ejército de maestros con los pupitres vacíos. El
desosiego se apoderó hace tiempo de nuestras vidas. Los políticos nos engañan
con “cantos de sirena” diciéndonos que lo bueno está por llegar. Nos tienen en
vilo y así no hay quien duerma y mucho menos quien viva. La Ciudad está desosegada y la
crispación campa por sus avenidas y calles.
Ahora –o nunca- toca someterse a un amplio reciclaje en todos los
aspectos. No estaría de más que en el mismo incluyamos la recuperación del
temple perdido.
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