lunes, 25 de noviembre de 2013

Complicidades compartidas





En no pocas ocasiones ser cómplices en el terreno jurídico y/o criminalístico con alguien equivale a ser participe activo o pasivo de un hecho delictivo. En el terreno sentimental se nos presenta como algo diametralmente opuesto.  Es compartir sensaciones, sentimientos, estados de ánimos o pensamientos con alguien con el que te sientes querido, comprendido y respaldado. Una abuela, una madre, una esposa, un compañero, una hermana, un amigo, una amante… pueden ser el puerto donde atracar momentáneamente nuestra barca a salvo de tormentas y tempestades. Cuando paso a mediodía por la placita de Ramón Ybarra Llosent (San Nicolás) las observo en un bar que está situado esquina con calle Mármoles. Son dos señoras mayores sentadas en su interior colocadas a corta distancia una frente a la otra. Son poseedoras de la exquisita elegancia que atesoran no pocas damas de las casas señoriales de la Judería sevillana.  Delgadas, elegantes y llevando sus muchos años con una prestancia majestuosa. Encima de su mesita reposan dos catavinos con un vino que por su textura deduzco se trata de un oloroso dulce. Me paro haciéndome el distraído para observarlas y compruebo que siempre hablan  de manera pausada. Gesticulan sin espantar siquiera el vuelo de las moscas y se les nota gozosa de ser capaces de atrapar el tiempo antes que este definitivamente las termine atrapando a ellas.  ¿Estarán emparentadas de alguna manera? ¿Serán amigas de la juventud? ¿Posiblemente tan solo vecinas? Lo cierto es que al verlas allí charlando amigablemente a escasos metro de donde mora y recibe la Virgen de la Candelaria me hace sentirme cómplice de sus mágicos momentos. Si a sus muchos años todavía pueden saborear a mediodía una copa de oloroso es síntoma inequívoco de que la buena salud todavía las acompaña. Se beben la vida a sorbos y posiblemente ese momento del día se les presente como el más gratificante. Mujeres con sus historias en bandolera aparcando el yugo de lo cotidiano en aras de compartir intimidades. Son muchas las veces que las he visto por allí como para pensar que se trate de encuentros ocasionales. Quien atiende su mesa posiblemente ya sepa de antemano lo que quieren para beber pero, lo más importante, son ellas quienes verdaderamente saben lo que las convoca allí cada día. Son conscientes de que el tiempo se les agota y no están dispuestas a desperdiciar ningún fragmento de felicidad.   Son, en definitiva, artífices de las complicidades compartidas.

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