En no pocas ocasiones ser cómplices en el terreno jurídico y/o
criminalístico con alguien equivale a ser participe activo o pasivo de un hecho
delictivo. En el terreno sentimental se nos presenta como algo diametralmente
opuesto. Es compartir sensaciones,
sentimientos, estados de ánimos o pensamientos con alguien con el que te
sientes querido, comprendido y respaldado. Una abuela, una madre, una esposa,
un compañero, una hermana, un amigo, una amante… pueden ser el puerto donde
atracar momentáneamente nuestra barca a salvo de tormentas y tempestades.
Cuando paso a mediodía por la placita de Ramón Ybarra Llosent (San Nicolás) las
observo en un bar que está situado esquina con calle Mármoles. Son dos señoras
mayores sentadas en su interior colocadas a corta distancia una frente a la
otra. Son poseedoras de la exquisita elegancia que atesoran no pocas damas de
las casas señoriales de la
Judería sevillana. Delgadas,
elegantes y llevando sus muchos años con una prestancia majestuosa. Encima de
su mesita reposan dos catavinos con un vino que por su textura deduzco se trata
de un oloroso dulce. Me paro haciéndome el distraído para observarlas y
compruebo que siempre hablan de manera
pausada. Gesticulan sin espantar siquiera el vuelo de las moscas y se les nota
gozosa de ser capaces de atrapar el tiempo antes que este definitivamente las
termine atrapando a ellas. ¿Estarán
emparentadas de alguna manera? ¿Serán amigas de la juventud? ¿Posiblemente tan
solo vecinas? Lo cierto es que al verlas allí charlando amigablemente a escasos
metro de donde mora y recibe la
Virgen de la
Candelaria me hace sentirme cómplice de sus mágicos momentos.
Si a sus muchos años todavía pueden saborear a mediodía una copa de oloroso es
síntoma inequívoco de que la buena salud todavía las acompaña. Se beben la vida
a sorbos y posiblemente ese momento del día se les presente como el más
gratificante. Mujeres con sus historias en bandolera aparcando el yugo de lo
cotidiano en aras de compartir intimidades. Son muchas las veces que las he
visto por allí como para pensar que se trate de encuentros ocasionales. Quien
atiende su mesa posiblemente ya sepa de antemano lo que quieren para beber
pero, lo más importante, son ellas quienes verdaderamente saben lo que las
convoca allí cada día. Son conscientes de que el tiempo se les agota y no están
dispuestas a desperdiciar ningún fragmento de felicidad. Son,
en definitiva, artífices de las complicidades compartidas.
lunes, 25 de noviembre de 2013
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