Bastará un poema de Federico, un par de acordes de Paco de Lucía, un
quejío de “Chocolate” y una madre andaluza enlutada para que la Siguiriya vuele libre y
solidaria, arrastrando su pena amarga de siglos, desde el Cabo de Gata hasta los confines de
Gibraltar. Las olas de los mares depositarán en las orillas su resaca de espuma
que son lágrimas vertidas por los
puertos nunca alcanzados. Los olivares serán vareados por el viento otoñal en
tardes andaluzas donde Dios ni está ni se le espera. La cal de las paredes de los pueblos
andaluces se negará a ser vencida por las noches oscuras y tenebrosas. Las hoces de los campesinos cortarán las
espigas que manan sangre. Andalucía cuando canta su ancestral pena de abandono
e ignominia lo hace por Siguiriya. La
profunda soledad del ser humano plasmada en los quejíos lastimeros de Manolo
Caracol. Quien canta su mal espanta y quien se hace solidario del dolor ajeno,
expresado en un Cante, antepone su alma a su cartera. La Siguiriya representa
cuanto la pena tiene de individual y descarnada. Duele por su expresividad y
conmueve por el desagarro de su eco. El ser humano distrae su soledad con toda
clase de aditamentos pero, en momentos puntuales, siempre termina perdiendo la
partida. ¿O es que acaso hasta Dios no dejó solo a su Hijo en la cruz? La Siguiriya es solemne por su propia naturaleza. Su
eco lastimero nos devuelve sin remisión a nuestra condición de desvalidos seres
humanos. Bastará un poema de Federico, un par de acordes de Paco de Lucía, un
quejío de “Chocolate” y una madre andaluza enlutada para que la Siguiriya quede prendida con alfileres entre nubes de
algodón. Lo escribió para la inmortalidad Federico… ¿A donde vas, Siguiriya con
un ritmo sin cabeza? ¿Qué luna recogerá tu dolor de cal y adelfa?
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