domingo, 10 de noviembre de 2013

Cuando todo cobra sentido





“Ser abuelo es fenomenal, cuando los niños
chillan o pasa algo, sólo tienes que devolvérselos
a los padres”
- Mario Vargas Llosa –

Una tarde de cada semana la dedico a visitar a mis nietos. Sin ninguna duda se me presenta como la más esperada y placentera de la semana. Mi “Chico” va camino de los cuatro años y a mi “Chiqui” aún le queda un tramo más largo para alcanzar los dos años de edad. Son tan distintos como el gladiolo y la rosa pero, eso sí, ambos están floreciendo en un jardín donde predomina el afecto y el olor de frescura que deja en el ambiente las gotas del rocío mañanero. Mi hija y mi yerno no tienen solo una casa: tienen un hogar. Mi nieto es moreno de sonrisa contagiosa y siempre está presto a proponerte cualquier clase de juego. Un torbellino maravilloso que te recuerda que ya no tienes treinta años.  Mi nieta es rubia como el trigo en verano y en su angelical cara se refleja cualquier angelito de Murillo. Cuando llamo al porterillo me esperan dando botes en la planta donde viven. Saben que en  la bolsa que porto siempre tendrá espacio algún regalillo para ellos. El niño me pregunta del tirón: “Abuelo, me has traío regalos” y la niña se me abalanza con las manos extendidas para que la coja en brazos.  Como ve que le digo que se espere hasta que pueda soltar la bolsa en el salón llora desconsolada en unos segundos que entiendo se les harán eternos. Cuando la tomo en mis brazos la noto como respira aliviada como si hubiera conquistado, ¡por fin!, el Everest.  Ya soltarla de nuevo en el suelo se me presenta una tarea hartamente complicada y con ella en brazos tengo que compartir juegos con mi nieto. Son esos mágicos momentos que hacen que todo cobre sentido. Saber que se están criando en las mejores manos posibles te hacen sentirte doblemente feliz. Los encuentras con algún tipo de dolencia infantil y te preocupas de manera algo desmesurada. Cuando hago el camino de vuelta a “mi cueva” traigo el corazón algo más joven que a la ida. Ellos, nuestros nietos, son el mejor epílogo que podemos darle a nuestras vidas. La alegría de verlos crecer es algo que solamente pueden explicar aquellos que han pasado por ese gozoso trance.  Vivir no consiste más que en ir cubriendo etapas con la esperanza de encontrarnos a Dios en la última playa. Ir ligero de equipaje material y con las alforjas llenas de sentimientos compartidos será el mejor síntoma de haber vivido. A algunos les pondrán una calle en una ciudad y a otros una ciudad en una calle (la del amor más sincero y profundo).  Espero y confío en ser de los segundos. Con estos “enanos” maravillosos todo al final cobra sentido. Todo, absolutamente todo.

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