“Ser abuelo es fenomenal, cuando
los niños
chillan o pasa algo, sólo tienes
que devolvérselos
a los padres”
- Mario Vargas Llosa –
Una tarde de cada semana la dedico a visitar a mis nietos. Sin ninguna
duda se me presenta como la más esperada y placentera de la semana. Mi “Chico”
va camino de los cuatro años y a mi “Chiqui” aún le queda un tramo más largo
para alcanzar los dos años de edad. Son tan distintos como el gladiolo y la
rosa pero, eso sí, ambos están floreciendo en un jardín donde predomina el
afecto y el olor de frescura que deja en el ambiente las gotas del rocío
mañanero. Mi hija y mi yerno no tienen solo una casa: tienen un hogar. Mi nieto
es moreno de sonrisa contagiosa y siempre está presto a proponerte cualquier
clase de juego. Un torbellino maravilloso que te recuerda que ya no tienes
treinta años. Mi nieta es rubia como el
trigo en verano y en su angelical cara se refleja cualquier angelito de
Murillo. Cuando llamo al porterillo me esperan dando botes en la planta donde
viven. Saben que en la bolsa que porto
siempre tendrá espacio algún regalillo para ellos. El niño me pregunta del
tirón: “Abuelo, me has traío regalos” y la niña se me abalanza con las manos
extendidas para que la coja en brazos. Como
ve que le digo que se espere hasta que pueda soltar la bolsa en el salón llora
desconsolada en unos segundos que entiendo se les harán eternos. Cuando la tomo
en mis brazos la noto como respira aliviada como si hubiera conquistado, ¡por
fin!, el Everest. Ya soltarla de nuevo
en el suelo se me presenta una tarea hartamente complicada y con ella en brazos
tengo que compartir juegos con mi nieto. Son esos mágicos momentos que hacen
que todo cobre sentido. Saber que se están criando en las mejores manos posibles
te hacen sentirte doblemente feliz. Los encuentras con algún tipo de dolencia
infantil y te preocupas de manera algo desmesurada. Cuando hago el camino de
vuelta a “mi cueva” traigo el corazón algo más joven que a la ida. Ellos, nuestros
nietos, son el mejor epílogo que podemos darle a nuestras vidas. La alegría de
verlos crecer es algo que solamente pueden explicar aquellos que han pasado por
ese gozoso trance. Vivir no consiste más
que en ir cubriendo etapas con la esperanza de encontrarnos a Dios en la última
playa. Ir ligero de equipaje material y con las alforjas llenas de sentimientos
compartidos será el mejor síntoma de haber vivido. A algunos les pondrán una
calle en una ciudad y a otros una ciudad en una calle (la del amor más sincero
y profundo). Espero y confío en ser de
los segundos. Con estos “enanos” maravillosos todo al final cobra sentido. Todo,
absolutamente todo.
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