“las familias desgraciadas lo son
cada
una a su manera, mientras que las
familias felices son todas
iguales”
- León Tolstói -
Hay gente que monta un circo y le crecen los enanos. Otros se
encuentran siete enanitos en el bosque y encima le regalan a Blancanieves. Como
decían los antiguos hay quien nace con buena estrella y quien ya viene
estrellado desde la cuna. Personas que de por de vida arrastran una inveterada
mala suerte y otras a las que todo le sale bordado. Los dados de la fortuna
arrojados sobre el tapiz de la suerte. Conozco gente que sabe que a una mala
noticia posiblemente le sucederá otra aún peor. Más que fatalistas son
conscientes de su sempiterna mala suerte. Los “estrellados” en definitiva. Otros van a salto de mata eludiendo todo
cuanto de malo tiene la vida y sus circunstancias. Son aquellos que nacen con
“buena estrella”. ¿En verdad se puede hacer algo para cambiar el destino de
cada uno? Puede que en algunas circunstancias exista la posibilidad de ser modificado
mientras que otras resulta totalmente
inamovible. El libre albedrío es un don que nos da Dios para poder ser mejores
o peores personas. Pero quien porta el malfario difícilmente logrará
desprenderse del mismo. Personas bondadosas con los que la vida se ensaña y
canallas integrales que caminan por la vida con “una flor en el culo”. Si te
“pintan bastos” te molerán a palos y si te sale el “as de corazones” rozarás la
felicidad con la palma de la mano. La vida es compleja por su propia naturaleza
y el azar nunca será una cuestión baladí. Fundamentalmente cuando rezamos lo
hacemos para que de nosotros y, fundamentalmente, de los nuestros no se acuerde
la mala suerte. Que pase de largo y si se tiene que detener en algún sitio que
no sea en la puerta de nuestra casa. Vivimos sobrecogidos por los males ajenos
y respiramos aliviados por conseguir tener todavía “nuestra puerta a cero”.
Convocamos de continuo a la buena estrella para que alumbre nuestro paso por la
tierra. Nunca sabremos lo que nos tiene
reservado el destino y el no conocerlo nos da un antídoto contra la
desesperanza. Pedirle al Hijo de Dios
que se muestre misericordioso con nosotros es nuestro último asidero. Luego
Dios dirá y su sentencia es casi siempre inapelable. Felices o infelices pero
todavía vivos para pensar, soñar y actuar.
La pena y la dicha van inseparablemente unidas al ejercicio de vivir.
Confiemos siempre en nuestra buena estrella.
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