Rafael Alberti rememoraba en sus memorias (“La arboleda perdida”) sus
años infantiles en su amado Puerto de Santa María. Antonio Machado en su
inmortal “Retrato” se acordaba del “huerto donde madura el limonero” de su
niñez en el Palacio de las Dueñas. Lo arbóreo como elemento fundamental para
retrotraernos a los dorados años de la infancia y juventud. Cada vez que se
tala un árbol también se tala con él una parte importante de nuestra memoria
sentimental. Los árboles no solo forman parte de un entramado urbano de
plazuelas, parques y jardines sino lo más importante: son una parte sustancial
de nuestros recuerdos más imperecederos. Cada vez que de niño visitaba con mi
abuela al “Señor de Sevilla” ella me mostraba los distintos cambios, según la
época del año, que experimentaban los árboles de la Plaza de San Lorenzo. En el
Otoño, desnudos de hojas vertidas por el suelo como plumas sueltas de un ave
cazada en plena vuelo. En la Primavera, reverdecidos en todo su esplendor con
los vencejos anunciándonos la buena nueva: la llegada de la luz exterior allí
donde nunca nos falta la del alma. Sevilla
tiene un reducto para su Historia que se encuentra tras las murallas del
Alcázar y otro para los sentimientos más profundos que habita por San Lorenzo. El alma sentimental de la Ciudad se nutre a través de
los ojos de un Puente y toma forma en la doliente y compasiva mirada del “Señor
del Gran Poder”. Los árboles de San Lorenzo se nos configuran como la
aportación que la naturaleza hace a los sevillanos para que todo, lo divino y
humano, quede perfectamente ensamblado. Pasaron nuestros ancestros, pasaremos
nosotros viajeros sentimentales en busca de paraísos perdidos y pasarán
nuestros herederos de lunas llenas y soles radiantes. Los árboles de San Lorenzo serán siempre
fieles testigos de nuestro deambular por la Tierra de María Santísima. En sus hojas caídas se manifiesta el llanto
derramado y en el verdor primaveral de sus ramas quedará prendido nuestros
sueños eternos de Hijos de la Ciudad. Lo dejó escrito el gran
Rafael Alberti: La arboleda perdida, la siempre arboleda perdida.
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