Canta Frank Sinatra “You Make Me Feel So Young” en el ordenador cuando
la madrugada avanza lentamente buscando la luz del amanecer. Son esos momentos
mágicos donde todavía no quieres romperlos
metiéndote en el “sobre”. Enero
ya ha cubierto su primera mitad y se encamina a un cruce de fronteras donde se
cierran mes y fiestas. La felicidad es tan caprichosa como la vida misma. Existen algunos días, como el que acaba de
terminar, que te resultan especialmente gozosos. Las noches del Bloque de
viviendas donde vivo son especialmente tranquilas. No nos quedan ya apenas
niños que con su llanto perturben el sueño de sus madres y la paz de la
madrugada. Formamos actualmente un conglomerado de adultos –algunos muy
veteranos- donde la buena convivencia toma forma cada día. Muchos de nuestros
hijos volaron y formaron sus propios nidos. Observo a través del cristal de la
terraza una calle desierta y aterida por el frío inmisericorde de la
noche. Me siento arropado por el calor
que desprende un artilugio que tiene grabado en su parte alta “fm” (¿Fondo
Monetario quizás?) y la canción del inigualable Francis Albert Sinatra me
arrulla dulcemente. Uno sueña cada día
con encontrarse con “La Chica
de Ipanema” en cualquier playa desierta y no con tanto tiburón suelto. Atrás
quedaron los días navideños donde nos movimos
en un carrusel que confunde la felicidad impostada y los verdaderos
sentimientos. Nada debe distraernos cuando nos reclaman los compases del alma. Mañana ya es hoy y todo volverá a renacer de
nuevo. Antes de apagar el ordenador
escucho, una vez más, “You Make Me Feel
So Young” del gran Sinatra. Suena su
melodiosa voz envuelta por el silencio de la noche y al cerrar los ojos pienso
que no hace falte dormirse para soñar.
Dios siempre, absolutamente siempre, nos deja un pequeño resquicio para
la felicidad.
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