miércoles, 15 de enero de 2014
El canto de la alondra
Todo ser humano se mueve y navega en un mar de contradicciones. Hacemos
cosas que no pensamos y pensamos cosas que no hacemos. Esto que se llama la
“personalidad” es un cúmulo de propósitos y despropósitos que emanan de nuestro
sentido de la ética y la estética. Ser
coherentes en nuestro diario comportamiento es tarea hartamente complicada y
bastante hacemos con no cambiar drásticamente nuestra ruta existencial.
Aprendemos y maduramos fundamentalmente de nuestros errores y los aciertos, en
no pocas ocasiones, consiguen que terminemos creyéndonos “el Rey del Mambo”. La
vida es una aventura donde nadie puede prever que le espera a la vuelta de la
esquina. Los años, los muchos años cumplidos y vividos, no hacen más que confirmarte
que no debes desperdiciar tu vida en banalidades ni perder un segundo del
epílogo de tu existencia. Llegar cuanto antes a la firme conclusión de que hay
cosas y personas que te interesan y otras que te resultan tan irrelevantes como
intrascendentes. Ser plenamente
consciente de que el tiempo se te agota y perderlo en nimiedades resulta de una
torpeza supina. Decir que algo o alguien
no te interesa lo más mínimo y llevarte despotricando media hora sobre ello es
un canto a la insustancialidad más deprimente.
Siempre será preferible perder el tiempo –nuestro tiempo- en cosas que
nos resulten gratificantes que emplearlo en “batallitas” ajenas a nuestra
manera de pensar y sentir. Hay quien busca subterfugios para rellenar su
soledad y termina confundiendo las voces con los ecos. Un amigo me dijo un día
algo que considero de bastante profundidad: “Juanlu, hay que procurar convertir
a la soledad en amiga y aliada y conseguir hacerla productiva”. No es
casualidad que hoy la
Filosofía esté en horas bajas: ni está ni se le espera. Canta
la alondra en los luminosos amaneceres andaluces y nadie presta atención a su
hermoso canto. El sol sale y se pone sin que el contemplarlo forme parte de
nuestras prioridades. Vivimos enredados en descifrar las vidas ajenas olvidando,
en no pocas ocasiones, donde dejamos aparcada la nuestra. Temerosos de Dios nos adentramos en los
laberintos que van del vacío hacia la nada. Canta la alondra y la ignoramos
ensimismados en los cantos de sirena de embaucadores y profetas. Se nos va el
tiempo entre las mano como el agua de la lluvia y preferimos no darnos cuenta. La
vida como un cometa a merced de los vientos.
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