Llegó con una beca a la
Universidad de Columbia en EEUU. Era el otoño de 1997. Tenía 26 años de edad recién cumplidos y
una estrenada Licenciatura en Física Cuántica. Número uno de su promoción y al
que todos sus profesores le auguraban un brillante porvenir. Había nacido en la
sevillana calle de Almadén de la Plata. Era
el primogénito de una familia fuertemente arraigada en las tradiciones
sevillanas y más concretamente a la Hermandad de la Trinidad. Procesionó como monaguillo,
portó cirio e insignia y tuvo el honor de llevar sobre sus hombros a la Esperanza Trinitaria.
Animado y respaldado por sus profesores consiguió una beca para ampliar
estudios en la patria de Abraham Lincoln. Nunca pensó que su futuro estaría ya
íntimamente ligado a la tierra de las barras y estrellas. Casado con una guapísima
norteamericana oriunda de Detroit y padre de
un par de niños que solo conocen Sevilla cuando, una vez al año, viajan
en vacaciones para ver a sus abuelos. Hoy nuestro “Físico Trinitario” tiene una
carrera más que consolidada, gozando de un gran prestigio entre sus colegas y
llevando publicado media docena de libros. La mesa de su despacho la preside
una foto en sepia de su abuela Remedios y otra de la Reina de la Trinidad. Hoy, precisamente hoy
cuando ya ha sobrepasado la cuarentena y su pelo se torna blanquecino, la memoria
lo ha visitado por sorpresa y lo ha lastimado sin previo aviso. Ha venido para descascarillarle
las paredes del alma. Fue cuando pasó a saludarlo una, recién llegada, joven sevillana
oriunda de la Puerta
de Carmona. Otra “exiliada” universitaria buscando labrarse un futuro que los
políticos de su país le niegan. Hablaron
los dos un buen rato de Sevilla y sus cosas.
Ella le comentó que es hermana de “Los Negritos” desde el mismo momento
en que nació. La “Ronda de Capuchinos”
ha estado latente en la conversación y, cuando nuestro “Físico Trinitario” se
ha quedado solo, no ha podido evitar que una furtiva lágrima le resbale por la
cara. Se ha puesto en pie, ha guardado
unos apuntes en su negra carpeta y, antes de marcharse para dar su clase, se ha
secado el rostro. Luego ha besado parsimonioso las fotos de la mesa de su
despacho: su abuela del alma y su Esperanza Trinitaria. Los sentimientos tienen leyes que hasta la
misma Física encuentra serias dificultades en desentrañar.
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