“No soy ateo porque el ateísmo no es
compatible con Juan Sebastián
Bach”
- Salvador Pániker –
Sinceramente, los seres humanos que encaran el duro ejercicio de vivir
sin llevar puesto el ropaje de la fe caminan, espiritualmente, casi desnudos
(conviene no considerar a la fe como algo exclusivo e inseparable de la
religión cristiana). No escribo sobre
una fe bucólica, de obediencia ciega a los poderes establecidos por la Iglesia y siempre a la
espera de milagros imposibles. Hace poco terminó el llamado “Año de la Fe” que fue una iniciativa del
dimitido Papa Benedicto XVI. Una especie de “Semana Fantástica el Corte Inglés”
sino que más larga en el tiempo y en clave vaticana. Una vez transcurrido este
periodo podríamos preguntarnos: ¿Se ha incrementado el número de creyentes?
¿Han recuperado la fe aquellos que un día hastiado la perdieron? ¿Hemos
reforzado la nuestra? ¿Han ganado en credibilidad nuestros cuestionados
jerarcas eclesiásticos? Creo que en todos los casos la respuesta no sería nada
positiva. Forma parte innegociable de la libertad de cada ser humano el
configurar su credo político, social, cultural y/o religioso a su libre
albedrío. Sus necesidades espirituales
nunca pueden ser un complemento que tenga como prioridad el ayudarlo a
sobrellevar la carga. Las creencias, de cualquier orden y/o condición, no pueden ser impuestas mediante “Cruzadas”
ideológicas encubiertas. Tampoco es de recibo hacerlo a través del perverso
mundo de las descalificaciones programadas. Deben -o deberían- nacer de lo más
profundo de la condición humana. Salvador
Pániker, al que cito más arriba, dice textualmente: “Los sentimientos son las
emociones pasadas por el tamiz de la reflexión”. Difícilmente se puede decir más con menos
palabras. Los años me han enseñado que vivir sin fe es vivir a medias. Si la vida, como sostiene el ateísmo, no es
más que aquello que nos resulta tangible mal vamos. Si al final todo nos
conduce de la nada al vacío, la experiencia vital de cada persona se nos puede
presentar como un gran fiasco. Solo la fe puede instalarnos en vida en el Reino
de la Esperanza. Después Dios dirá o
enmudecerá para siempre. La fe, esa
vieja amiga, de la que decían nuestras abuelas que consigue mover montañas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario