lunes, 3 de febrero de 2014

Mueve montañas


“No soy ateo porque el ateísmo no es
compatible con Juan Sebastián Bach”
- Salvador Pániker –

Sinceramente, los seres humanos que encaran el duro ejercicio de vivir sin llevar puesto el ropaje de la fe caminan, espiritualmente, casi desnudos (conviene no considerar a la fe como algo exclusivo e inseparable de la religión cristiana).  No escribo sobre una fe bucólica, de obediencia ciega a los poderes establecidos por la Iglesia y siempre a la espera de milagros imposibles. Hace poco terminó el llamado “Año de la Fe” que fue una iniciativa del dimitido Papa Benedicto XVI. Una especie de “Semana Fantástica el Corte Inglés” sino que más larga en el tiempo y en clave vaticana. Una vez transcurrido este periodo podríamos preguntarnos: ¿Se ha incrementado el número de creyentes? ¿Han recuperado la fe aquellos que un día hastiado la perdieron? ¿Hemos reforzado la nuestra? ¿Han ganado en credibilidad nuestros cuestionados jerarcas eclesiásticos? Creo que en todos los casos la respuesta no sería nada positiva. Forma parte innegociable de la libertad de cada ser humano el configurar su credo político, social, cultural y/o religioso a su libre albedrío.  Sus necesidades espirituales nunca pueden ser un complemento que tenga como prioridad el ayudarlo a sobrellevar la carga. Las creencias, de cualquier orden y/o condición, no  pueden ser impuestas mediante “Cruzadas” ideológicas encubiertas. Tampoco es de recibo hacerlo a través del perverso mundo de las descalificaciones programadas. Deben -o deberían- nacer de lo más profundo de la condición humana.  Salvador Pániker, al que cito más arriba, dice textualmente: “Los sentimientos son las emociones pasadas por el tamiz de la reflexión”.  Difícilmente se puede decir más con menos palabras. Los años me han enseñado que vivir sin fe es vivir a medias.  Si la vida, como sostiene el ateísmo, no es más que aquello que nos resulta tangible mal vamos. Si al final todo nos conduce de la nada al vacío, la experiencia vital de cada persona se nos puede presentar como un gran fiasco. Solo la fe puede instalarnos en vida en el Reino de la Esperanza.  Después Dios dirá o enmudecerá para siempre.  La fe, esa vieja amiga, de la que decían nuestras abuelas que consigue mover montañas.

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