Un bondadoso y leal amigo que, aparte de serlo, es un asiduo lector de
los “Toma de Horas” me hizo el otro día una reflexión digna de tenerse en
cuenta. Me dijo concretamente que, conociendo sobradamente mi sentido del
humor, son pocos los “Toma de Horas” proclives a provocar una sonrisa. Tiene
sobradas razones en ambas cuestiones. Soy una persona bastante formal pero poco
dada a la seriedad impostada de tipo cisterciense. Me considero un “cachondo
mental” y he pasado muy buenos ratos de jolgorio sin hacer escarnio de nada ni
de nadie. En los “Tomas de Horas” el
humor aparece en muy contadas ocasiones y puede que sea la época que nos ha
tocado vivir la que condicione el contenido de los mismos. La risa compartida
siempre es liberadora aparte de saludable. La clave está en no reírse “de” sino
reírse “con”. Sevilla siempre ha sido
una ciudad tremendamente dada a la gracia natural y con personajes singulares
(en cada Barrio había al menos un par de ellos) que nos darían para escribir
varios libros (mi propio padre y mi padrino eran sevillanos de una gracia
innata absolutamente inconmensurable). Doy fe, en primera persona, que los “Corrales
de vecinos” eran centros de la pobreza, reinos de la solidaridad y también santuarios de la risa. Mala cosa es que esta “plebe” nos haya quitado
el sustento, el sosiego y, por extensión, la capacidad de ser felices. La gente
vive inmersa en una seriedad pesarosa fruto de la incertidumbre del día a día. Es
comprensible que alguien que lo esté pasando mal no tengo motivos –ni ganas- de
buscar la felicidad a través del liberador mundo de la risa. Incluso en el Séptimo Arte escasean los
cómicos como los que antaño alegraron nuestros días juveniles de vino y rosas. En
la actualidad la risa, en el Arte y en la vida, ni está ni se le espera. Somos ya una generación de ceños fruncidos y
esto ha condicionado el nivel de acritud –y agresividad- que se detecta en la
vida cotidiana. En mis años infantiles
se decía que una persona risueña era un síntoma inequívoco de que atesoraba el
don de la bondad. El sentido del humor
ha sido secuestrado por los vampiros de la noche (y los días). Nadie se ríe ya de buena gana y, encima, los
horteras nos castigan con sus chistes que son tan malos como groseros.
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