La
Literatura está
llena de grandísimos escritores que convirtieron sus vidas personales en un
auténtico tormento. Drogas, alcohol, sexualidad mal gestionada, noches de
orgías sin freno y, en resumen, una vida marcada por el desorden y la anarquía.
Las mismas que propiciaron los derrumbes físicos y psicológicos. Unos murieron
excesivamente jóvenes (no pocos acudiendo al suicidio) y otros lo hicieron
viejos, solos, enfermos e inmersos en la miseria y la soledad más
desgarradora. Esto ha propiciado una
controvertida “leyenda-teoría literaria” donde se sustenta que la enorme grandeza creativa es consecuencia y
fruto de una vida desgarrada. Parece ser
que la genialidad debe llevar implícita el ser raro, huraño, excesivo en el
fondo y en la forma, con el añadido de una cierta e irrefrenable tendencia
hacia la destrucción física y moral. Afortunadamente existen enormes escritores
que llevaron –y llevan- una vida placentera y donde los placeres cotidianos
fueron –y son- plenamente disfrutados y saboreados. La existencia humana solo
cobra sentido cuando buscamos nuestra propia felicidad y, de manera colateral,
también la de las personas que queremos y nos quieren. La felicidad total no
existe pero si los momentos felices. Debemos diferenciar a las personas que,
por circunstancias personales, se ven arrastradas (sin poder evitarlo) al
derrumbe. Otras, propiciaron con sus actos su propio y particular
infierno. Cualquier caída personal lleva
implícita el arrastre de una serie de personas que, de manera involuntaria, se
ven empujadas hacia el abismo. No merece
la pena dejar escritas para la posteridad novelas o poemas majestuosos cuando
se ha renunciado al noble ejercicio de vivir en armonía consigo mismo y, lo más
importante, con los demás. Leemos un
libro que consideramos realmente ejemplar y constatamos a través de la
biografía del escritor que su vida fue un calvario. Valoramos y saboreamos lo escrito y no
dejamos de compadecer a quien renunció -pudiendo hacerlo- a llevar una vida
gozosa y placentera. No podemos mitificar el derrumbe moral, físico y
psicólogico de algunos escritores en aras de enriquecer con buenos libros los
anaqueles de nuestra biblioteca.
Valoramos al escritor y despreciamos a la persona. Consideramos irrelevante que sufriera o
hiciera sufrir afectivamente a sus seres más cercanos. Lo importante es el
legado que nos dejó para el buen desarrollo de nuestro intelecto. Esto, sin dejar de ser cierto, nos puede
elevar como lectores pero nunca como seres humanos solidarios. Me agrada leer biografías de grandes
escritores que escribieron y crearon desde la felicidad de las cosas
cotidianas. Asumo que no deja de ser un
ejercicio de bonhomía, pero debemos admitir que no solo de lectura –y
escritura- vive el hombre. La
mitificación, la falsa mitificación, del derrumbe de los genios del Arte. Genialidad artística y tragedia humana cogidas
de la mano.
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