Lo enterramos (no quería ser incinerado por si aún seguía vivo) un día
lluvioso, frío y gris del pasado mes de febrero. Hacía tres meses que había
cumplido los noventa y tres años de edad cuando una traicionera neumonía puso
fin a su movida y larga existencia. Fue durante cuarenta y cinco años
funcionario del Ayuntamiento sevillano. Se llamaba Manuel y, como la canción de
Serrat, nació en España (más concretamente en Sevilla). Durante toda su existencia tuvo dos aficiones que a la postre consideraba irrenunciables:
la lectura y sus visitas semanales a los prostíbulos de la Ciudad.
Se aficionó a ambas modalidades en su etapa militar
por tierras africanas y ya les acompañarían el resto de su vida. Decía que el amor solo lo hacía con su mujer
que con las otras era otra cosa. Hombre puntilloso donde los hubiera tenía una
agenda secreta donde anotaba los nombres (al menos el que ellas le daban) y
procedencia de todas las prostitutas con las que se había acostado y, afortunadamente,
levantado. Salvo en contadas ocasiones
casi nunca repetía con la misma. Las trataba con una educación exquisita y
siempre les daba algo más de lo acordado. Acompañado de sus inseparables
“países bajos” se recorrió todos los prostíbulos andaluces. La lectura, su otra
afición, la desarrollaba a cualquier hora del día y en los sitios más
insospechados. Un ejemplo: dada sus continuas rebeldías ante las injusticias
que se cometían en el Ayuntamiento lo sancionaban de continuo. Una vez, durante
un mes, le destinaron al turno de noche en el Cementerio sevillano. Era uno de los castigos más severos. Como no
había luz para leer se agenció un casco de minero y con la luz que desprendía
se ponía a leer ¡sentado en una tumba!
La última vez que visitó un prostíbulo ya había sobrepasado los ¡ochenta
años de edad! Difícil, muy difícil,
resultaría cuantificar el número de kilómetros que el bueno de Manolo le hizo a
su inquieto “trabuco”. Antiguo vecino de
mi “Corral” y gran amigo de mi padre nos teníamos un sincero aprecio y
lamentaré, junto a su familia y las prostitutas sevillanas, su gran perdida. Su vida la componían su trabajo, su familia,
sus amigos, los toros, las tabernas, los libros y los condones. En el coche funerario había tres coronas
funerarias: una de su familia, otra de sus amigos y la tercera, sin cinta
aclaratoria, podemos imaginarnos quienes la mandaban. Afortunadamente uno de sus nietos me facilitó
algunos de sus papeles personales y entre ellos, sin que su Manolito lo
supiera, estaba la “agenda
putativa”. La guardaré como oro en paño
y prometo ir a verlo cada Primero de Noviembre portando la misma en un
bolsillo. Descansa en paz Manolo y al
final te has salido con la tuya: todos terminamos convertidos en polvo.
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